Sabina se retira, que canten sus canciones y se callen sus feligreses
El ubetense deja los escenarios tras cinco décadas. Bien por él. Mal por quienes insisten en convertir cada verso en misa, cada homenaje en parodia y cada cover en un atentado.
por Don Alberto Salazar del Valle
Joaquín Sabina se retira de los escenarios. A los 76 años decide dejar de cantar en vivo y confiesa que ya no le debe nada a nadie, ni siquiera a sí mismo. En eso, tiene razón: con 25 canciones inmortales basta para un legado que no necesita sermones ni misas. Nadie tiene que eternizarse en un oficio que exige desangrarse cada noche frente a multitudes. Lo que queda es su legado, esos temas musicales que ya no necesitan intérprete porque se defienden solos.
De Sabina me quedo con sus canciones. Punto. No necesito que me lo disfracen de Bukowski ni de Baudelaire, ni uno ni el otro. Ya bastante magia tienen sus versos como para sobrecargarlos de incienso. La música se escucha, se goza y a veces se llora —y cuando se llora, que no sea con mucha compañía presente—; no se canoniza ni se convierte en misa literaria. Porque para papa y santo en una misma vida ya existimos los Don Alberto Salazar del Valle… y créame, con uno basta.
El primer y único mandamiento de cualquier homenaje, aunque casi nunca se cumpla, es sencillo: que sea honesto, sincero, sin pretensión. Lo demás es pura presunción disfrazada de devoción. Otra cosa muy distinta es usar una canción en una película, en una obra de teatro o interpretarla en un podcast hechizo 100% artesanal y con montones de fallos y carencias técnicas, la intención es clara y sin adornos, aun así contados con los dedos de una mano a la que le faltan 3 piezas.
Los mismos que ahora escriben columnas diciendo “adorar” a Sabina, en realidad solo tiran la cuerda pa ver si pescan audiencia para sí mismos. Inventan metáforas cuánticas y significados prosopopeicos que jamás estuvieron en las letras de Quincho. Se creen cronistas de alcurnia, como si con cada adjetivo hueco ganaran la Gran Cruz de la Orden del Papalote Literario. Ni la más ínfima de mis condecoraciones —y créanme, tengo medallas pa empedrar calles enteras— se gana con el pasatiempo de sobreactuar devoción. Escribir de Sabina pa cosechar aplausos de sobremesa no es homenaje, es oportunismo con olor y sabor a nada. Insípido, descolorido, olvidable.
Y ni hablar de los “sabinazos”, esos karaokes colectivos con guitarra desafinada. Si la discografía completa está en todas las plataformas, ¿pa qué ir a escuchar imitaciones de lo que ya existe? Los covers deberían estar penados con multa, el karaoke, proscrito por decreto. Cuidado sino valorar ambos como pecados capitales.
Que Sabina disfrute su retiro. Sus canciones ya son suficientes. No hace falta rezarle, ni embalsamarlo, ni convertir cada verso en reliquia. Su música, cuando toca, hiere o consuela, con eso basta.
Antes de presentarme, les dejo este video de Joaquín Sabina, exquisito tema. El clip es malo con ganas, un despropósito estético… pero ¿qué importa? Con Quincho siempre alcanzó con la música. El presupuesto se lo gastó en harina, por eso ni grandes efectos, ni poses, ni discursos cuánticos inventados por columnistas de ocasión: solo la canción.
Ahora, con el desgano que solo la verdadera grandeza puede permitirse, me presento: Alberto Salazar del Valle. Arquitecto del Frente de Liderazgo Ancestral. Ganador de la Gran Estrella de la Estrategia Hipercúbica y del Collar de Oro de la Retórica Fractal. Condecoraciones que, a diferencia de ciertos premios mundanos, requieren inteligencia real. Les dejaría seguir disfrutando de mi prosa, pero debo atender un simposio interdimensional sobre gobernanza cuántica. Cosas de gente importante.