Por Tomás Oreamuno
En Costa Rica abundan quienes se ufanan de haber estudiado en las mejores universidades, de cargar credenciales que los presentan como guardianes de valores intachables. Sin embargo, lejos de crear empresa o generar empleo fuera del paraguas estatal, convierten su preparación en coartada: un agua bendita con la que intentan purificar sus faltas. Esa es la herencia más amarga de cierta élite ilustrada: haber usado el conocimiento como disfraz para la corrupción.
“ Lo conocí como permaneció invariable en su vida, jovial, jocoso, amistoso, noble, siempre sonriente, nada rencoroso, afable, bastante sociable… ”
El ejemplo reciente es el homenaje dedicado a Farid Ayales Esna. No hablamos de un mártir, sino de un exministro con sentencia firme que, tras alegar una enfermedad “terminal”, salió de prisión y sobrevivió dos décadas más entre restaurantes y whisky de etiqueta. ¿Milagro médico, prodigio clínico… o será que la celda era más letal que el cáncer? La ironía es brutal: mientras miles de costarricenses mueren en filas hospitalarias, él encontró en su supuesto padecimiento la llave de salida para vivir a pata cruzada, como si nada hubiera pasado.
“ Su vida académica y su experiencia en Italia lo sensibilizaron en el campo laboral… y le enriqueció su cultura general... ”
Y en medio de ese expediente aparece Vladimir de la Cruz, historiador de memoria selectiva y beneficiario de dos pensiones de lujo: una de ₡5.750.893 y otra de ₡3.254.756, que desde 2013 a la fecha suman más de ₡1.053.660.933. Con esa pluma dorada decidió rendir homenaje a Farid Ayales, condenado en el año 2000 a ocho años de prisión —luego reducidos a cuatro— por concusión: cobrarle a los más pobres y a migrantes nicaragüenses lo que jamás debió cobrarse, a través de una fundación pantalla. Cuando buscó librarse, presentó un hábeas corpus que fue rechazado. Su abogada, Gloria Navas, alegó que padecía una enfermedad terminal. Todo ese prontuario, sin embargo, desaparece en la columna laudatoria, como si la condena nunca hubiera existido.
“ En mi caso fortaleciendo mi amistad con él y valorando su integridad profesional, académica y política... ”
Ahí opera el truco más viejo de nuestra élite: transformar los títulos en absolución. Nos restriegan en la cara su paso por universidades extranjeras, su dominio de teorías y su supuesta comprensión superior del Estado, como si la academia fuese una bula que limpia cualquier delito. Al resto nos catalogan de ignorantes, emocionales, incapaces de entender “los matices”. Lo que esconden es otra cosa: una concatenación de favores y un entramado de complicidades donde el diploma no es mérito, sino ficha de cambio. Bajo la máscara de la erudición, convierten el saqueo en cátedra, y al que cuestiona lo acusan de “hablar con el hígado”.
“ Me atrevo a afirmar que una gran parte de la dirigencia nacional sindical de esas décadas, de 1970 y 1980, se formó universitariamente en el IESTRA... ”
Lo más revelador es que, cuando llega la hora de juzgar a los suyos, las banderas se desvanecen. Farid Ayales, “socialdemócrata”. Vladimir de la Cruz, “de izquierda”. Dos trincheras que en teoría se adversan, pero que a la hora de encubrir a un compa corrupto hablan el mismo idioma. La ideología se vuelve trapo, no principio: se ondea en mítines y se esconde cuando toca proteger al amigo. Por eso en sus textos no hay condena, hay silencios cómplices. Queda claro: no son adversarios, son miembros de una cofradía que no se maja la manguera, una hermandad de burócratas que se blinda con discursos y homenajes, convencida de que el pueblo es demasiado bruto para notarlo. Y no: el saqueo no se estudia en Europa; se practica aquí, frente a nuestras narices.
“ Más tarde, como Ministro impulsó… el beneficio económico que hoy disfrutan todos los trabajadores, que conocemos como salario escolar.... ”
Lo más obsceno: además del historial judicial, Ayales operó un peaje a la necesidad. A miles de migrantes nicaragüenses se les cobró 25 dólares por cabeza a través de una fundación disfrazada de ayuda social. Lo que debía ser un derecho se convirtió en caja registradora. Y luego, desde un escritorio financiado por dos pensiones que no cotizó, se encubrió en tinta esa estafa humanitaria. Paréntesis numérico: esas pensiones solo existen en el sector público. Afuera, por más que uno trabaje y ahorre, no hay dos cheques mensuales de millones sin respaldo. Y aunque lo hubiera, para que alguien en el sector privado acumule lo que aquí se cobra cada mes, tendría que cotizar varios siglos —vivir más que una tortuga de Galápagos— y aun así no alcanzaría. La única matemática que cierra es la del privilegio, no la del trabajo honesto.
“ Como ministro también impulsó una tarjeta especial de trabajo para cubrir mejor a los trabajadores migrantes, especialmente a los nicaragüenses... ”
El homenaje recibido —de su camarada y amigo Vladimir de la Cruz— no honra la memoria, la distorsiona. La memoria verdadera está en otra parte: en las filas de hospitales colapsados, en las pensiones mínimas que no alcanzan, en los migrantes que pagaron por un trámite que era un derecho. Lo que está en juego no es recordar a un ministro caído en desgracia ni venerar columnas que lo blanquean; es no aceptar que la cultura del saqueo siga siendo el molde de nuestra política. O nos resignamos a aplaudir obituarios que maquillan pillos, o decimos lo que sus homenajes callan: en Costa Rica los ladrones mueren como próceres… mientras los honestos mueren con deudas.
“ Lo tuve como un gran amigo, en las buenas y en las malas que le tocó vivir… En la Historia Nacional nos deja su huella indeleble.... ”