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MACHO QUE LADRA NO LLORA

por Valdo J.

El valor del trabajo en equipo

“Macho que ladra no llora” me recordó algo que a menudo se olvida: el cine es una criatura colectiva. El guion de Fabián González plantó la semilla, Jessenia dio vida —con profunda autenticidad— a la hija de Raúl, y los peones de la construcción se sumaron sin manuales ni pretensiones académicas, aportando una verdad que ningún casting profesional habría conseguido. Lo mío fue la fotografía y la edición, pero el corto no tiene una sola autoría: es el resultado de muchas manos, todas necesarias.

Grupo de siete trabajadores con camisetas naranjas frente a una casa en construcción.
Elenco Macho que ladra no Llora. 2025

Hoy vivimos atrapados en el espejismo del “yo” brillante: el genio incomprendido que se proclama salvador de cada proyecto. Esa fantasía individualista hace mucho ruido en redes, pero se estrella contra la realidad: un cortometraje se construye con equipo, con disciplina y con humildad. No con selfies ni discursos de autosuficiencia.

Póster oficial del cortometraje Macho que ladra no llora.
Fotograma Cortometraje: Macho que ladra no Llora

Hubo incluso un detalle técnico que terminó reforzando esta lección: filmamos todo con un celular de hace tres años. Mi cámara —la supuesta “herramienta profesional”— quedó como adorno: solo funciona conectada a la corriente. Los talleres cobraban caro sin ofrecer soluciones, así que nos lanzamos con lo que había. 

El resultado fue una bofetada para los puristas del equipo: nadie que se conmueva con la historia pregunta qué cámara se usó. Lo importante nunca fue el dispositivo, sino la honestidad con la que se construye una mirada.

Hombre calvo con gafas y tatuajes dando indicaciones frente a un carro.
Fabian González.

El ruido que ya no existe

Si este cortometraje hubiera salido a la luz en la primera década del siglo XXI —o incluso antes—, lo más probable es que hubiera provocado alboroto. En esos años, plantear que un hombre no podía expresar sus emociones —y mostrarlo desde la crudeza de la construcción y la intimidad rota de una familia— era tocar un nervio expuesto. Había una mezcla extraña: hambre por discutir esos temas, y al mismo tiempo, un miedo evidente de hacerlo.

Entre finales de los 90 y los primeros años de los 2000, un corto que pusiera sobre la mesa la vulnerabilidad masculina —en un entorno tan “duro” como la construcción— habría generado debate. En los festivales y espacios culturales de entonces había sed de choque temático: la gente buscaba obras que incomodaran o rompieran moldes de algún modo. También existía un miedo profundo a hablar de emociones masculinas: el hombre debía ser “duro”, “aguantador”; cuestionar eso era entrar en terreno minado.

Primer plano de manos sirviendo guaro en tazas de peltre.
Don Raul & Compañero

Hoy la situación es distinta: el estreno está en proceso de planificación y el desafío es otro. No espero favores de festivales ni aplausos de medios especializados. Lo que espero es que este corto le llegue a la mayor cantidad de gente posible, aunque sé de antemano que los que se proclaman expertos en el tema lo van a pasar por alto. Mucho mejor, porque hoy abundan los materiales disfrazados de “sensibles” que en realidad son pura mercancía para cazar fondos. Simplemente pose.

Abunda el discurso hueco de los falsos aliados: los mismos que hablan de vulnerabilidad masculina como quien recita un formulario de ONG, sin importarles un carajo la vida de los hombres —cualquier persona en general— que se tragan sus penas en silencio. Macho que ladra no llora no juega a eso: no busca etiquetas ni bendiciones institucionales; busca conectar con la gente que todavía tiene piel, memoria y tripas para dejarse tocar por una historia.

Mujer de cabello oscuro en primer plano, mirada seria, con una niña al fondo.
Jessenia Espinoza & Allison Brenes.

Antes se escandalizaban; ahora, simplemente, se pasa de largo. En ambos casos se evade lo esencial: hablar de lo que realmente significa que, todavía hoy, un hombre siga aprendiendo —a golpes y a silencios— cómo expresar lo que siente.

La independencia como convicción

En 1999, un cortometraje como Macho que ladra no llora habría sido casi imposible de levantar con los recursos que tuvimos ahora. Los costos técnicos, la dificultad para acceder a equipos y la falta de espacios de colaboración lo habrían convertido en un sueño inalcanzable. Hoy, en cambio, la independencia es posible no porque sobren medios, sino porque existe voluntad de trabajo en equipo y una historia que vale la pena contar.

Escena de construcción en ruinas con una escalera apoyada en la pared.
Allison Brenes, escena Macho que ladra No Llora.

La independencia no significa precariedad: significa convicción. Y cuando esa convicción se apoya en un buen guion y en una ejecución seria, se abre la puerta para que otros artistas quieran sumarse. En este caso, la participación musical de nombres como: Mortal KumbiaRialengo y Perro Zompopo no es un detalle menor. Ellos no arriesgarían sus piezas en un trabajo improvisado o sin consistencia. Si lo hicieron, fue porque vieron que este corto tenía talla; que no era un capricho pasajero, sino una obra que exigía —y merecía— un nivel artístico mayor.

Esa es quizá la victoria más clara: que Macho que ladra no llora se levantó con la fuerza de un equipo, con la honestidad de una historia, y con la confianza de artistas que entendieron que aquí había algo más que un ejercicio de aficionado.

GALERIA MACHO QUE LADRA NO LLORA

Imagen 1 - Descripción

Lo que queda en pie.

Este cortometraje es una demostración de que el cine sigue siendo un oficio de equipo, un ejercicio de memoria cultural y una apuesta por la independencia creativa. No importa si se filma con un celular o si no cuenta con la bendición de las vacas sagradas del momento: lo que importa es la historia, la gente que se suma a contarla y la En otros tiempos, un corto así habría sido noticia. 

Hoy, lo que nos toca es abrirnos paso entre el ruido, sin esperar salvavidas de críticos ni bendiciones de supuestos expertos. Y en ese camino está lo más valioso: comprobar que todavía se pueden levantar obras que hacen pensar, que conmueven y que cuestionan, aunque no vengan con el sello de moda.

Hombre con gorra sosteniendo un martillo y expresión de dolor.
Don Raul.

Si este corto logra llegar a más personas —y esa es la apuesta—, será porque quienes lo vean reconozcan algo propio en Raúl: en su silencio, en su desgarro. Y entonces, más allá de premios o reseñas, quedará lo esencial: un retrato que nos recuerda que incluso lo que se reprime, tarde o temprano, busca salir a la luz.

2 thoughts on “MACHO QUE LADRA NO LLORA”

  1. Fabián Arquitecto

    Me conmueven y enorgullecen las palabras del editor en este artículo tan sentido sobre nuestra película, en el tanto en que realmente logran concretar ese sentimiento de vivir el cine como una construcción colectiva, como un sueño por compartir y materializar en convivencia legítima, sin pretensiones ni falsas expectativas, solo por la satisfacción de aportar cada cual su arte como un regalo a los demás. Eso hicieron los participantes de este proyecto: Valdo, Jess, Allison, Raúl, Roger, Henry, Jesús, Johnny, Walmaro, Willy, Moisés, Oliver. A todas y todos, infinitas gracias.

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