por Bernardo Soto
Esta es la crónica de alguien que, después de pasar años en una corporación, descubrió otra forma de vida. No importa si hablamos de Costa Rica o de cualquier otro país: la historia se repite. La aparente seguridad del empleo asalariado contrasta con la incertidumbre del emprendimiento, y ese choque se siente como pasar de un continente sólido a un archipiélago incierto.
En el mundo corporativo sobran los símbolos de estatus:
Jefes con laptop y subordinados con desktop.
El caché de tener un beeper en la era previa a los celulares.
Puestos de “confianza” que permiten bloquear tus vacaciones.
Horarios de entrada sin horario de salida.
La costumbre de hablar de la compañía en plural: “vendemos”, “hemos crecido”.
Jornadas extendidas por clientes en otros continentes.
“Oportunidades” disfrazadas de cargas extra en diciembre.
Viajes de trabajo que coinciden con el recital de tu hija.
Ejemplos como estos se cuentan por montones. Lo cierto es que la cultura corporativa nos programa para ascender, sacrificando salud, tiempo y familia. Almuerzos, recesos o hasta las ganas de ir al baño se vuelven secundarios frente a los lineamientos y auditorías. Uno termina imaginando un inodoro debajo del escritorio para no perder productividad y ganar un bono.
Muchos jóvenes, formados en colegios bilingües por padres orgullosos, acaban en call centers o en puestos medios de estructuras piramidales donde siempre habrá varios peldaños entre ellos y la gerencia general. Eso me pasó a mí.
Después de 16 años en la misma empresa me dijeron: “no te adaptaste”. Así, de un día para otro, me encontré con la carta de despido en la mano, guardando mis cosas en una caja y despidiéndome como si el lunes fuera a volver. Me tomó tres días contarle a mi familia que el proveedor de la casa ya no tenía salario.
Pasé dos años sin ingresos, y hoy, diez años más tarde, puedo decir que aprendí a sobrevivir fuera de la “seguridad continental”. Aprendí a nadar, a pescar, a reconocer frutas, a subirme a palmeras por pipas, a vivir sin aire acondicionado ni aguinaldo. Descubrí comunidades distintas, sin jerarquías, donde la vida se organiza de otra manera. Afuera no hay vacaciones ni incapacidades, pero sí hay libertad.
La vieja pirámide se derrumba y todo queda plano: nadie es más ni menos. Cuanto antes lo comprendamos, mejor. Este mensaje es para la gente joven: si les toca pasar por algo similar, sepan que hay vida después de la corporación. La vida es ahora; no hace falta esperar para ver el sol o el mar.
Hoy puedo decirle a mi yo de hace diez años: mae, qué salvada manito, lo lograste. El cambio no es una variable, es la constante. Un pez fuera del charco puede vivir. La vida afuera es dura, pero plena: sin GPS, sin vocablos corporativos, con viento en la cara. Como cantan Ca7riel y Paco Amoroso: la que puede, puede.
Recordemos algo que Darwin nunca escribió así, pero que de alguna forma es cierto: seguimos siendo peces con patas que salimos del mar buscando estrellas. Entre tanta distracción olvidamos nuestras branquias y nos alejamos del origen. Somos polvo de estrellas, y ahí está la clave: no perder la esencia.
El mundo está lleno de guerras y divisiones, pero la peor violencia es la indiferencia. No hablo de Gaza, Ucrania o los migrantes; hablo de nosotros mismos. Por el amor a lo sagrado, sostengamos el espejo y la verdad, aunque sea incómoda. Solo así la vida deja de ser ficción y empieza a ser real.
Don Piro Soto, cuando a mediados de pandemia recogí mi cuaderno de notas, mi lápiz, mi abrigo y me levanté sin siquiera poder apagar la compu (porque al regresar de la oficina de recursos humanos al escritorio, ya mi clave había sido bloqueada), llevando una carta que lamentaba profundamente que la crisis de la empresa alcanzara a sus colaboradores más preciados; solo pude enfocarme en dos ideas: Randy Parker y Piro Soto están ahí, braceando con la cabeza en alto, allá voy.
Por eso ese día, que salí de la corporación con mi carta en la mano, fue uno de los más felices de mi vida.
Hoy, leyendo tremendo artículo, puedo decirle a mi yo de hace 5 años: ¡vio, se lo dije!
👏🍻