por Valdo J.
No todas las entrevistas suceden en estudios con aire acondicionado ni bajo la rigidez de un estricto libreto. Algunas se gestan en lugares imposibles, como aquella tarde abrasadora en La Garita, dentro de una mandarina convertida en cápsula del tiempo. Afuera, el sol quemaba con furia alajuelense; adentro, Luis Jorge Poveda destapaba una cerveza helada y nos regalaba la calma de su voz, ese ritmo suyo que no necesita más altar que la conversación sincera.
Dentro de esa mandarina, lo que hubo fue una vibración distinta: un poeta desplegando memorias, desarmando papeles que guardaban poemas inéditos, relatos que parecían haberse quedado en espera. La sorpresa era compartida: nosotros, atónitos, y él mismo, redescubriendo lo que alguna vez escribió con la furia de unos años menos o la calma del botánico que observa alguno de esos bichitos mágicos que nos regala la naturaleza.
El aire pesado de Alajuela parecía derretirlo todo, salvo aquella cerveza que Poveda destapaba con el gesto sencillo de quien disfruta lo elemental. Cada trago marcaba una pausa y, al mismo tiempo, un arranque: la risa, la ironía, la crudeza o la ternura podían aparecer sin aviso. Entre el calor y el hielo, la palabra se volvía un relámpago capaz de electrizar hasta al más incrédulo.
En medio de esa tarde surgió una lectura que no aparece en Povedae Vulgaris, el único poemario publicado de Poveda —ese libro que agotó su primer tiraje sin que su autor se dignara a asistir a la propia presentación. Nadie sabe con certeza por qué no estuvo ahí, y las teorías se multiplican, como se multiplican también los mitos que rodean a los escritores como Poveda. Lo cierto es que aquel texto, guardado durante años y revelado frente a nosotros, nos desbordó. La reacción fue tan humana como inevitable: la risa. No porque el poema fuera malo —al contrario, era monumental— sino porque, como simples mortales, no supimos sostener la fuerza de lo que escuchábamos.
He compartido este episodio muchas veces en mis redes, siempre dejando que hable solo la imagen automática de Spotify. Nunca expliqué por qué. Y tal vez esa sea la mejor explicación: hay algo en esta grabación que no necesita introducciones ni adornos. Es el episodio más escuchado en MAP Radio – Radio Pachuko, y con razón.
Volver a él es importante porque vivimos en un país donde unos pocos medios y familias han dictado durante décadas qué es cultura, qué es arte, qué es deporte, moldeando generaciones enteras a punta de dogma y soberbia. Mientras tanto, voces como la de Luis Jorge Poveda quedaron relegadas al margen por la maquinaria que fabrica audiencias adictas a su dosis diaria de soma. Este podcast no es un capricho personal ni un trofeo para mostrar: es un documento vivo de un creador descomunal que Costa Rica todavía no sabe dimensionar.
Escuchar a Luis Jorge Poveda aquella tarde en La Garita fue presenciar algo que no se repetirá. Lo que quedó registrado no es un simple episodio de podcast, sino la huella de un encuentro íntimo con un poeta que desborda cualquier clasificación. Tal vez por eso tantos regresan a escucharlo: porque saben que ahí, entre el calor alajuelense y una cerveza fría, se abrió un instante único de la cultura costarricense. La invitación es sencilla: déjese llevar por esa voz y descubra, en cada palabra, el secreto dentro de la mandarina.
Singularidades espacio-temporales del universo que se atesoran en el alma, más allá de la materia. Con emoción declaro que estuve ahí, como regalo que la divina providencia tubo a bien otorgarme. Salve Poveda.
muy finas imagenes mi lidershh!!