Por El Dr. Lazer
“Hacelo con hambre, no con likes”
Hay un tipo de dolor que solo conocen quienes tienen algo urgente que decir y no lo pueden sacar. No es ansiedad, no es capricho, es necesidad. Tragarse una verdad que nos quema el pecho cada día que pasa sin convertirla en imagen, sonido, palabra o plano.
Pero otros, como Kevin Smith o Wes Anderson, decidieron tirarse al agua. No porque tuvieran todo listo, sino porque el deseo era más fuerte que cualquier excusa.
CLERKS: 4 SEMANAS, CERO PRETENSIÓN, INFINITO ESTILO
Kevin Smith filmó Clerks en la tienda donde trabajaba. De noche, cuando cerraba. Blanco y negro, porque no le alcanzaba para filmar en color —y sí, luego se colorizó, pero en su momento fue una decisión estratégica, no estética. Sin steady, sin luces pro, sin comodidades. Vendió su colección de cómics, se endeudó hasta las patas. Y no se puso a quejarse. Rodó.
La mayoría de planos eran estáticos, los personajes hablaban como amigos, y todo parecía simple… hasta que te dabas cuenta de que no lo era. Clerks demostró que se puede hacer mucho con poco, si sabés qué estás diciendo. Por eso es una película de culto. Y ese, para mí, es el mejor premio posible: que la gente la siga viendo, citando y compartiendo treinta años después. Sin necesidad de oro ni alfombra roja.
BOTTLE ROCKET: WES ANDERSON ANTES DEL ESTILO ANDERSON
Antes de los planos simétricos, el color pastel y Bill Murray, Wes Anderson era solo un jovencito con una cámara, muchas ideas, y un amigo: Owen Wilson. Juntos hicieron Bottle Rocket, un cortometraje de 13 minutos rodado en 16mm, año 1992. La historia de unos ladrones medio tontos pero entrañables, y tenía esa mezcla rara de ternura, torpeza y humor que luego sería su marca registrada.
Enviaron el corto a Sundance. No lo aceptaron en la competencia principal. Pero alguien lo notó: James L. Brooks, el director y productor de Broadcast News y Los Simpson. Le gustó tanto que convenció a Columbia Pictures de financiar la versión larga. Así nacieron tres carreras: la de Wes Anderson, Owen Wilson y Luke Wilson. Ninguno había hecho una película antes. Ninguno venía de la industria.
Bottle Rocket no fue un éxito en taquilla, pero con los años se convirtió en pieza de culto. Y Brooks, que apostó por ellos cuando nadie más lo hizo, hasta escribió un ensayo para la edición Criterion. Eso vale más que mil trending topics.
¿Y vos qué estás haciendo por tu película?
Una película no empieza cuando se grita “acción”. Empieza cuando decidís cómo querés que se vea, se escuche, se sienta. Empieza mucho antes de que se prenda una cámara o una grabadora de sonido. ¿Qué aspecto tendrá? ¿Qué tipo de encuadres? ¿Qué tono? ¿Qué aspect ratio vas a usar (relación de ancho y alto de la imagen)? ¿Por qué ese? ¿Qué lente? ¿Qué textura? ¿Cómo vas a contar visualmente lo que querés decir?
Conozco “crews” que no saben ni qué lente están usando, pero exigen “profundidad de campo”, como si fuera una app del celular. No es tener el mejor equipo. Es tener claridad.
Un lente Takumar o un Helios 44, ambos M42 de los viejos, podés conseguirlos por menos de $100. Compará eso con ópticas Cooke, Zeiss o ARRI Master Prime que valen miles de dólares cada una. ¿La diferencia? El Takumar te da carácter si sabés usarlo. Y te da identidad si sabés lo que estás contando.
Lo importante no es tener la herramienta, sino entender su propósito. ¿Querés usar una boina y el viewfinder de Xavier Dolan? Bueno. Pero no se trata de jugar a ser cineastas, sino de hacerlo bien, incluso si es con lo mínimo.
Porque si la pegás, si alguien en algún rincón del mundo ve lo que hiciste desde este país pequeñito, todo cambia. Y eso pasa. Ha pasado. Puede volver a pasar.
Arte, música, detalles: todo es narrativa
Todo habla en una película. El color de la pared, el cartel en el fondo, la camisa del actor, el peinado de un personaje. El arte no es decoración, es subtexto. Lo mismo la música. No pongás una canción que escuchaste en el último stream en KEXP de la banda del momento solo porque “te parte el alma” y querés presumir de tus exquisitos y refinados gustos musicales. Eso ya lo hizo otro, y lo hizo mejor que su merced.
¿Pero vos qué? ¿Cuál es tu sonido?
Cerrá el hocico y rodá
Mucha gente que ama el cine, cuando empieza a filmar, no busca su voz, sino su ídolo. Hacen cortos como tributo a los autores que admiran. Copian encuadres, movimientos, pegan temas pop conocidos que “elevan” la emoción, los colores pastel de Wes Anderson, sus encuadres simétricos. Y claro, eso se vuelve viral, el corto emociona. Pero esa emoción… ¿de dónde viene? ¿Qué estás diciendo vos realmente?
Como cuando alguien te rasca la cabeza y sentís delicioso. No importa quién lo hace, lo que importa es la sensación. Y luego querés repetirla, con quien sea, como sea. De hecho, hoy podés provocarte esa misma sensación con un masajeador metálico de veinte dedos que terminan en bolitas de goma. El efecto es incluso más fuerte. Pero no hay alma. No hay conexión. Solo estímulo.
Y así pasa con muchos cortos que circulan: son masajeadores para el ego, estímulos de placer que se agotan en sí mismos.
Y no, no me vengan a citar a Pablito con lo de “los grandes artistas roban”. Robar no es mérito. Copiar tampoco. Crear lo propio, sí.
¿Dónde quedó el cine que quiere generar un cambio real?
Hay momentos en que el cine puede y debe ser crítico. Puede cuestionar, conmover, evidenciar injusticias. Puede transformar una mirada. No cambiar el mundo, pero sí sembrar la duda, la empatía, el deseo de actuar.
Lo que molesta no es eso. Lo que molesta es el sermón. La moralina disfrazada de autoría. El discurso impuesto por la moda, por el fondo que financia, por el miedo a quedar mal. Ir al cine hoy se siente como sentarse en una clase de colegio privado con tutor de TikTok. Qué pereza.
En Costa Rica, hemos llegado a un punto donde muchos artistas están más preocupados por las becas, los fondos y los aplausos de ciertos grupos que por la obra misma. Hay quienes meten discursos en sus películas no porque los crean o les importen, sino porque es lo que hay que decir para caer bien, recibir fondos y seguir filmando. Y eso, para mí, es traicionar el oficio.
MAP RADIO: ni obediente, ni domesticado
MAP RADIO no nació por estrategia ni por algoritmo. Nació entre amigos, desde la cantina clandestina, escondidos en la montaña, como gatos cimarrones. Porque la cultura no necesita permiso, ni oficina, ni validación académica. La cultura nace donde se comparte conocimiento, aunque sea a gritos, aunque sea con cumbia de fondo.
¿Y si estamos equivocados? Abajo nos lo podés decir en los comentarios. Aquí se vale debatir. Aquí vinimos a hacer, no a complacer.
Hacelo con hambre. No con likes.
Escribe desde la Cantina Cuántica, Arkady Volkov Dimensiovich Lazenko alias DR. LAZER