por Valdo J.
Cadena Nacional. Ocho de la noche.
El set principal de Canal Ele —con columnas de cartón piedra al estilo neoclásico y pantallas LED que simulan llamas patrióticas— exhibe un banner: Futuro Previsional – Costa Rica Primero.
El presidente PePillo emerge en escena, bañado en luz blanca, como un redentor virtual. Cámaras giran. Drones zumban. Una orquesta sinfónica, de conservatorio estatal, acompaña en sordina.
El Presidente ensaya sus inflexiones frente a un monitor, dramatizando como actor de telenovela.
—Querido pueblo costarricense —declama, con pausa estudiada. Pero su sonrisa se quiebra un instante.
En su mente, algo interrumpe el ritmo: no es el dron. Es una risa. Conocida. No viene de afuera, sino de adentro.
En el monitor aparece un niño con banda presidencial tricolor y una corona de cumpleaños —blanco, azul y roja—, rodeado de peluches vestidos con trajes enteros. ¿Sus ministros, quizás?
La risa crece. No es la de algun adversario. Es la suya. De cuando aún creía que bastaba con llevar el apellido.
—Prín-ci-pi-to, pen-de-jo —escupe el teleprompter, distorsionando la voz como una máquina vengativa.
PePillo cierra los ojos un segundo. Sacude la cabeza. Cuando los abre, las cámaras siguen girando. El decorado sigue ardiendo.
Algo —más íntimo que el nervio— ha temblado dentro de él.
Detrás del presidente, dos figuras tiemblan. Una es Vladimir, historiador jubilado de la Universidad de Costa Rica, cuyas cejas —tupidas como arbustos indisciplinados— peina hacia atrás para disimular la calva.
La otra, Chavelita: exdirectora de una institución autónoma, con rostro de sapo que parece arrepentido y una quijada que actúa por cuenta propia. Ambos visten trajes de lino gris: uniformes no declarados del nuevo martirologio institucional. Son marido y mujer.
—Ellos —anuncia PePillo, ahora con tono de fiscal iluminado—, estos dos bribones, han aceptado sacrificar sus pensiones de lujo. No solo eso: pasarán un año en prisión, como gesto de justicia restaurativa para el alma nacional.
Son los primeros —agrega, al mismo tiempo que una pantalla muestra imágenes cuidadosamente editadas del allanamiento en sus residencias semanas atrás—. No serán los últimos.
Ambos lloran con una dignidad ensayada en otro tiempo. Antes del escarnio. Antes del guion. Su matrimonio era un cuento de hadas ministerial.
Chavelita ajusta su bufanda con rabia contenida.
—Nos dijo que era solo un show —masculla, casi sin voz.
—Se quedó con todo —susurra Vladimir, mirando el plasma como quien despide una república.
PePillo hace una seña. Alguien, tras bambalinas, recibe la orden. Entra un hombre uniformado —parte de una fuerza especial disfrazada de ceremonia— con una maleta. La abre: adentro, un fajo de documentos. Vladimir toma uno y lo guarda, casi sin pensar, en el bolsillo interior del saco. No es nostalgia. No es afecto. Es el último gesto de una dignidad que aún resiste la extinción.
Las autoridades judiciales les decomisaron carros, escrituras, dos relojes suizos, un televisor plasma de 85 pulgadas… y hasta el carnet vitalicio del Club Unión. Trofeos de una casta venida a menos, símbolos de un privilegio que ahora se recicla como sacrificio público.
Vladimir intenta decir algo:
—Lo hago por la patria…
Un micrófono se cae. La señal vacila. Corte abrupto.
En pantalla aparece PePillo. Ojos entrecerrados. Puño en el pecho. Cabeza gacha en falso recogimiento. Se escucha el susurro:
—Viva Costa Rica por la gran puta —dice, apenas audible, mientras fuerza los párpados para abrirse paso entre la iluminación. Alza la cabeza un poco más, cuidando que la cámara lo siga.
Detrás, en las pantallas LED, las llamas digitales del decorado titilan por un segundo. Casi se apagan. Entonces, el corte final. La bandera de Costa Rica ondea en cámara lenta, perfecta, limpia. Un coro de niños canta una versión dulzona del himno nacional, como si el país fuera una república de juguete a punto de dormir.
La imagen entra en un difuminado que parece eterno. Un trance visual, como si el país entero flotara suspendido entre promesas. Al volver, PePillo reaparece. Más suelto. La mirada afilada como navaja de barbería.
—Y como presidente del pueblo, abro desde hoy las puertas de Casa Presidencial a toda propuesta ciudadana que busque erradicar este robo indignante al erario público. Hoy sanaremos el alma nacional, como quien salva a la CCSS de un colapso. El pueblo tiene la palabra.
No espera respuesta. Ni la desea. No cree que nadie llegará.
El set comienza a desarmarse: luces que se apagan, banderas que se pliegan como decorado escolar al cierre de un acto cívico obligatorio.
Soda El Refugio. San Pedro. 8:25 p.m.
Chus, flaco y quieto, está en su mesa de siempre. A su lado, la refrigeradora zumba como resignada a su existencia.
Frente a él, un café frío, un pan sobado, y la mirada fija en la tele muda.
Don Martín lo observa desde la barra. Bigote blanco, manos con grietas de fritanga, voz baja como costumbre.
—Chus, ¿siempre con esa carpeta de cuero? ¿Qué guardás ahí? Parece un tesoro.
Chus sonríe sin volverse:
—Don Martín… esto es mi obra maestra. Tres años armándola. Es un sueño. Pero no uno cualquiera. Es un sueño con dientes. Solo falta… ejecutarla.
Don Martín enarca las cejas. Sirve café nuevo.
—¿Y la deuda con los Garroteros? ¿Ya la resolvió?
Chus niega con lentitud:
—La pagué tres veces. Pero según ellos… les debo la cuarta. Me tienen hostinado esos hijueputas chupasangres.
Don Martín deja el café en la mesa. En silencio. Con respeto.
Chus sorbe un poco. Luego toma el pan sobado, lo envuelve con precisión quirúrgica en una servilleta. Antes de guardarlo, marca con la uña una pequeña equis en el centro del papel. Ritual sin testigos. Mira la pantalla. La imagen de PePillo se disuelve entre barras de color.
—Ya casi —susurra. Y sale sin pagar.
A kilómetros de allí. Casa Presidencial. La tarde se espesa con humedad burocrática. La bandera cuelga torcida, como si también esperara el relevo. Tres hombres repasan un libreto que aún no existe.
—Presi —dice Chico, ajustándose los tirantes de su traje de poliéster brillante—, el pueblo está harto. Segundo mandato, dos años, y ya murmuran que es el mismo circo de hace veinte.
Pero nosotros sabemos darles show. ¿Verdad, Nando?
Nando sonríe. No por convicción. Por reflejo.
—Como cuando yo recorría barrios con fotógrafos y Chico vendía placas de taxi que nunca existieron. Si el MOPT no arregla puentes, nosotros arreglamos el país con un par de cabezas en bandeja.
Afuera, la tarde está nublada sobre casa presidencial.
—Presi —repite Chico, con descaro de perro viejo—, tenemos una idea. Viendo lo que hizo el del diastema… ese carajo de los dientes separados que lo tiene a usted de caspa en redes.
PePillo frunce el ceño. Le hierve la sangre.
Nando interviene con tono de contención:
—Escuche la propuesta. No tiene que gustarle. Solo entenderla.
Chico toma la palabra:
—Ese mae logró que el tico sepa —o crea saber— cuántos vividores están pegados a la vena del Estado. No por análisis. Por un TikTok. Ahora todos repiten: “las pensiones de lujo son el cáncer de este país”. Pues démosle forma al discurso. Aprovechémoslo.
—Hagamos creer que ese es el verdadero problema fiscal —añade Nando—. Que lo hemos intentado todo y ahora viene la justicia ejemplar. Mano dura.
—La cosa es simple: démosle al pueblo dos cabezas —dice Chico, visiblemente excitado—. Que se vistan de patriotas. Que se dejen arrestar.
—Como los aztecas —dice Nando, cruzando los brazos—, pero esta vez sin pirámides: solo hashtags.
Eligieron a dos figuras de alto perfil. No por justicia. Por impacto.
—Vladimir —dice Chico—, ese dinosaurio con cejas como palmeras. Dos pensiones, cero vergüenza. Habla de democracia desde una banca dorada.
—Y Chavelita —agrega Nando—, la reina de los pañuelos y del acento importado. Más retratos oficiales que logros. Perfecta para llorar en UHD.
—Que se dejen arrestar —remata Chico, ahora sin sonrisa.
Así nació el acto. La gran cadena nacional. El sacrificio televisado de dos dinosaurios con pensión dorada.
Horas después, en Casa Presidencial, un funcionario bosteza frente a la lista de “propuestas ciudadanas” recibidas tras el discurso.
Solo una entrada:
Propuesta entregada por: Jesús Arrieta.
Tema: Solución integral al problema de pensiones de lujo.
Adjunta: Varias carpetas de manila y sándwich en servilleta.
—¿Y este loco quién es? —murmura el asistente.
Esa tarde, en una oficina decorada con cuadros prestados y un florero con gladiolas secas, PePillo, Chico y Nando esperan con desgano.
La puerta se abre. Chus entra tranquilo. Saluda con la cabeza. Se sienta sin pedir permiso. Sobre su maletín gastado, una pegatina: Estudios Quelonios.
—Buenas tardes, señor presidente. Caballeros. Vengo a explicarle cómo salvar lo que queda de su gobierno. Traje un sanguchito. Por si hay chance de café.
PePillo no sonríe. Pero tampoco lo echa.
Silencio.
Y así empieza el plan.
Chus mastica su pan sobado, saca una carpeta de manila con un sello de tortuga y la deja frente al presidente.
—Le presento la LFPISSS, Presi: Ley del Futuro Previsional Intergeneracional Solidario, Sustentable y Sostenible.
Cualquier tico puede tener una pensión de lujo. Solo debe cotizar 166 años.
PePillo arquea una ceja.
—¿Y si no vive tanto?
Chus sonríe:
—Fácil. La familia hereda el sueño.
Desde un rincón, Chico suelta una risita, ajustándose los tirantes:
—¿Tortugas? Este guevón está más loco que el del diastema, presi.
PePillo se queda callado. Por dentro, algo se contrae. ¿Es esto real? ¿Será una trampa? Luego, como humo perfumado, la idea se le asienta. Lo sabe bien: al tico no le interesa la realidad si el sueño es bueno.
Chus continúa:
—Y si no le alcanza la vida, no importa. ¡La familia puede seguir cotizando! Hacemos de la pensión un patrimonio familiar. Una herencia. Un símbolo de lucha generacional. Cotizan los hijos, los nietos, los que estén por nacer. Todos para uno, uno para todos.
PePillo empieza a sonreír. Le gusta. Es irreal, pero tiene épica barata. Tiene promesa sin compromiso. Tiene… futuro.
—Además —agrega Chus—, esta pensión intergeneracional puede servir como garantía para préstamos, becas, boletos aéreos, operaciones médicas, fiestas de quince para hombres y mujeres, compra de terrenos de hasta cinco mil metros cuadrados, construcción de casas… o simplemente para darse un gustito.
¡Hasta una boda temática para el 2100 si así lo quieren! El cielo es el límite.
PePillo ya está babeando. Se levanta, camina hacia la ventana del salón presidencial.
Chus lo sigue, se ubica a su lado y, como quien manipula una herramienta invisible de Photoshop, dibuja un cuadro en el aire.
Lo perfila. Lo amplía. Lo llena con palabras:
—Si puede soñarlo, puede cotizarlo.
Lo dice con el ojo izquierdo perdido en el horizonte, y el rabo del derecho calibrando la reacción presidencial.
PePillo asiente, deslumbrado.
—Esto es una mina… disculpe, ¿cuál era su nombre?
—Chus. Chus, mi presi.
—¡Esto es una revolución Chus!
—No, presi. Esto es humo embotellado con perfume de patria. huele rico, ¿cierto?
PePillo ríe. Por primera vez en días.
—Y para que esto funcione —añade Chus—, hay que arrancar con fuerza. Usted ya hizo el show con Vladimir y Chavelita.
Ahora hay que firmar esta ley. Ya está redactada. Solo falta su firma.
—Y… ¿usted qué quiere a cambio, Chusito?
Chus sonríe:
—No se preocupe, mi presi. Esa lucha la tendremos más adelante.
Por ahora, solo disfrute el aroma del nuevo milagro costarricense.
PePillo asiente de nuevo. Está emocionado. Como “pijiado”, sin haber fumado nada. Sin siquiera leer el texto, firma la ley.
Chus lo observa firmar, y añade con solemnidad calibrada:
—A quien se le haya ocurrido ofrecer en sacrificio a Vladimir y Chavelita, par de colorados de caviar… debería darle una medalla, mi presi.
PePillo, aún absorto en su reflejo patriótico, alza la vista lentamente y señala con la mirada a Chico y Nando.
—Ellos.
Chus no duda:
—Por supuesto. Qué visión. Qué olfato. Qué maquinaria de país se podría armar con gente como ustedes, mis líderes…
Chico y Nando se inflan. Ahora lo ven distinto. Ya no como a un loco. Sino como a un socio. Intercambian una mirada cargada de asombro.
Nando murmura:
—¿Y este cabrón de dónde salió?
Chico, sin apartar los ojos de Chus:
—Si este mae hubiera estado con nosotros desde el principio… tendríamos medio país en franquicia.
Un asistente entra con papeles en la mano. Al ver la firma estampada, duda, traga saliva, y está por hablar.
PePillo lo fulmina con los ojos increiblemente abiertos y las pupilas muy dilatadas, una mirada autoritaria, encendida por el éxtasis patriótico.
Silencio.
Chus saca un folder sellado con la imagen de un caparazon de tortuga, sobre el folder se puede leer: Centro de Estudios Quelonios para la Proyección Vital Humana.
PePillo lo hojea vagamente. Se detiene en la foto de una tortuga anciana de Galápagos, de nombre Jonathan.
Chus abre el folder como quien desata una profecía.
—Presi, lo que propongo no es solo una reforma. Es un nuevo relato nacional. Hasta ahora, las pensiones de lujo eran privilegio de élites enquistadas. Usted necesita una base. Algo que suene a ciencia. A futuro. Y la tengo aquí —dice Chus, acariciando aquel folder manoseado y viejo—: el fundamento científico del proyecto.
PePillo parpadea, tratando de enfocar su atención.
—Tres científicos italianos —cuyos nombres encontrará más adelante, aclara Chus— han demostrado, con métodos aún en revisión, que es biológicamente posible extender la vida humana a 180 o incluso 200 años. Utilizaron como modelo: tortugas de Galápagos, y una secoya milenaria de Yellowstone, entre muchos otros bichos. Claro, eso requiere disciplina genética, ambiente estable… y mucha voluntad política.
PePillo no entiende nada. Solo escucha: vida larga. futuro asegurado.
—¿Ve por dónde vamos, presi? Si la vida puede alargarse, también la cotización. Y si cotiza la familia como unidad, ya no es privilegio.
Es la nueva utopía costarricense.
Chus se inclina, más íntimo:
—Y no solo será justificable matemáticamente… sino también biológicamente. Con esperanza de vida a 200 años, cualquier familia podrá acceder a una pensión de lujo. Solo debe comprometerse a cotizar… digamos, 1992 cuotas o 3984, si cotizan dos veces por mes. ¡Eso sin contar los planes familiares para acceder a créditos inmediatos!
—Sí, sí —exclama PePillo, asintiendo, aferrado al folder. Arruga el rostro, incrédulo. Emocionado. Siente que levita, que está viviendo algo profundo. Algo más insondable que una encuesta.
La ley ya está firmada. Y él, por fin, cree haber encontrado algo que siempre se le escapó: un apóstol que lo entienda.
Tras diez segundos eternos, PePillo abre mucho los ojos, sin pestañear.
—¿Insisto… qué quiere a cambio, Don Chus? ¿Un ministerio? ¿Una embajada? ¿Una pensióncita?
—No, presi. Nada de eso. Yo quiero otra cosa.
Chus se acerca. Le tiende otro sobre.
—Quiero la ciudadanía suiza.
PePillo se encoge de hombros:
—Facilísimo. No te preocupés. Dejá eso en mis manos.
—No me expliqué bien, presidente —corrige Chus, con una sonrisa invisible—. No quiero solamente un pasaporte. Quiero que me borren de todos los sistemas: cédula, nacimiento, escuelas. padrones, planillas, registros médicos. Que mis datos desaparezcan. Que digitalmente, yo no haya existido jamás en Costa Rica. Y que, desde ahora, figure como nacido en Berna, Suiza.
El silencio se densifica. Chico y Nando parpadean confundidos, como si intentaran descifrar un jeroglífico.
PePillo lo observa, sin saber si reírse o temerle.
Apenas logra murmurar:
—¿Algo más?
Chus asiente, con la calma de quien afila un maguro bocho.
—Antes de que se me olvide… Sí, presi, hay algo más… Quiero que me haga su hijo.
PePillo suelta una carcajada seca.
—¿Hijo? Yo no tengo herederos. Mis hijos me detestan. Mi familia entera… solo deudas. Casi que el país completo me quiere ver empalado.
En el fondo, Chico suelta una risilla nerviosa. Nando frunce el ceño. Están desconcertados. No saben si fue una broma, una estrategia… o una profecía.
Chus, sin perder la compostura, acomoda un lapicero en el escritorio del presidente. Lo alinea con un cuaderno como si enderezara la ruta del poder. PePillo lo observa, intrigado. Levanta un poco su mano izquierda, señalando a Chus con el dedo indice, balanceandolo hacia arriba y hacia abajo, subrayando algo que esta por decir:
—Solo un pequeño detalle, Don Chus… algo trivial. Yo no confío en usted.
Lo dice con frialdad. Sin enojo. Como quien confiesa un crimen sin culpa.
Chus lo observa, sereno.
—Y yo tampoco confío en usted, señor presidente. Entonces desconfiemos. Hagámoslo juntos. Por eso será mejor fingir que usted es mi papá… y yo, su hijo.
Chico se rasca la cabeza. PePillo parpadea. Tiembla un poco.
—¿Mi hijo?— piensa en voz alta PePillo…
—No, presi. Pretenderlo. ¿Qué mejor acto de confianza que dejarle el país a su sangre?
Un silencio espeso lo cubre todo. Un trueno suena como si el cielo aprobara el plan con redoblante y platillo. PePillo respira hondo. Se limpia una lágrima con disimulo. Luego asiente.
—Delo por un hecho. ¡Tiene mi palabra!
Extiende su mano derecha. Chico y Nando jamás lo han visto sellar un acuerdo así.
Tres semanas después, el país vive un frenesí de esperanza absurda.
El plan LFPISSS ha sido adoptado con fanfarria por los medios oficiales. Analistas lo llaman “el sistema previsional más ambicioso del hemisferio”. Los bancos abren ventanillas especiales para quienes deseen “precalificar” como cotizantes intergeneracionales.
Todo se sustenta en el Informe Quelonio: 68 páginas firmadas por tres científicos de dudosa existencia:
Profondo Rosso, experto en metabolismo reptiliano.
Diana Goblin, especialista en longevidad vegetal.
Sotto il Vestito, académico itinerante sin filiación conocida, super genio.
El documento menciona tortugas galápagas, anguilas siberianas y secoyas milenarias. Jonathan, el ejemplar central, tiene ya 193 años.
Durante un año, la ilusión prosperó.
Pero bastó otro para que todo se derrumbara. El sistema bancario colapsó bajo miles de solicitudes de préstamos, becas, viajes, remodelaciones, fiestas…
Todo amparado en la LFPISSS. La ley permitía a cualquier familia precalificar para el monto que quisiera, siempre que prometiera cotizar 166 años —o más, si había entusiasmo generacional.
Grupos enteros hipotecaron el futuro con fiestas de quince, bodas temáticas, paquetes turísticos para nietos no nacidos.
Dr. Lazer ya lo había advertido.
Transmitiendo desde una antena oxidada, soldada por él mismo hace treinta años en Desamparados, su programa en Radio Costa Rica Atómica fue la última voz de lucidez.
La grabación es hoy viral. Se le escucha gritar:
—¡Nos la están metiendo sin anestesia, costarricenses!
¡¡Doscientos años!! ¿Quién va a vivir eso? ¿Qué carajos es esto? ¿Estamos todos drogados o qué? ¡Es una estafa con nombre largo y jingle pegajoso! ¡Despierten, por amor a Dios!
En la página 13 del informe, luego de dos páginas plagadas de fórmulas inentendibles y tablas sin fuente verificable, aparece una sección titulada: “De la transferencia de derechos previsionales entre especies longevas y sujetos migratorios sin arraigo.”
El párrafo central dice:
“En caso de que el firmante de esta ley sea titular de una pensión vitalicia otorgada por el Estado en cuestión, y exista descendencia directa nacida en un Estado neutral, sin nacionalidad costarricense ni vínculo de arraigo comprobable con la República de Costa Rica, dicha pensión podrá ser transferida, sin aviso, irrevocablemente y sin apelación posible, al hijo más suizo vivo.”
Durante unos segundos, nadie supo qué decir. El abogado del Estado tragó saliva. El notario suizo pidió repetir el fragmento, no por dudas legales, sino por incredulidad estética.
Ese párrafo, legal pero delirante, sellaba el destino de un país entero en una línea que nadie leyó y que ningún asesor legal entendió, pero que todos asumieron importante por su densidad.
Cuando la bomba legal estalló, PePillo ya estaba fuera del país, justificando su gira como una misión diplomática indefinida de atracción de inversión extranjera. Se esfumó, como todo lo que prometió. Nadie volvió a verlo. Ni siquiera para el traspaso de poderes.
En la sede de una notaría suiza, Chus aparecía vestido con traje oscuro y acento neutro. A su lado, un traductor confirmaba su identidad: ciudadano suizo, nacido en Berna, hijo de un exmandatario latinoamericano en el exilio. Sostenía un folder con el sello de una tortuga: el mismo “Informe Quelonio” que nadie en Casa Presidencial leyó.
Lo que nunca reportó la prensa tica —ni en el primer boletín oficial ni en los 16 editoriales que lo sucedieron— fue el contenido de un anexo olvidado del célebre Informe: Una sección de seis páginas con una traducción anotada de una conversación entre Richard Nixon y su asesor John Ehrlichman, desclasificada en 1999 por la Fundación Nixon.
La grabación —reconocida por la CIA y publicada por el National Archives— aludía a un “hombre de negocios estadounidense” que, en los años 70, depositó $60.000 en una cuenta personal del entonces presidente de Costa Rica, con la esperanza de obtener inmunidad a cambio de inversiones culturales.
Dicho monto, según el documento, fue utilizado para adquirir tres fincas que quedarían a nombre de una asociación que, de extinguirse, debía transferirlas a la Orquesta Sinfónica Juvenil.
La asociación nunca se extinguió… hasta que, medio siglo después, un ciudadano suizo (Chus Arrieta) descubrió que el acta de disolución había sido archivada sin firma válida.
Con eso, y una copia certificada del estatuto original —obtenida misteriosamente del archivo histórico del Congreso Nacional—, Chus Arrieta demostró ante un tribunal civil de Berna que era el único heredero legal, como presidente honorario de la Asociación Pro Orquesta Sinfónica Juvenil. La transferencia fue automática. Irrefutable. Y completamente legal.
Días después, un boletín de prensa oficial anuncia que la finca “La Lucha”, en Desamparados, ha sido registrada como propiedad cultural e histórica de la Confederación Helvética Quelonia, bajo protección internacional durante mil años. El custodio oficial del terreno será el ciudadano suizo Chus Arrieta, o quien él designe, por sucesión directa o por elección personal.
En un café sin nombre, Vladimir y Chavelita, sin pensión ni privilegios, observan el noticiero con rostros crispados.
—Ese maldito PePillo nos juró devolvernos las pensiones después del show. ¡Se quedó con todo, el desgraciado! —gruñe Vladimir.
Chavelita, arrancándose un pañuelo caro del cuello, sisea:
—Nos usó como payasos patrióticos. Pero esto no se puede quedar así, Vladimir.
PePillo, al enterarse por televisión en su exilio anticipado, no grita. No hace berrinche. Solo se queda viendo la pantalla en silencio, con los ojos vidriosos. El ancla del noticiero concluye:
—Y así, la finca que una vez perteneció a los PePillos ahora será destinada al Estudio Internacional de Genética Quelonia para Proyecciones Previsionales del Siglo XXII.
Una periodista del Canal Ele, enviada desde San José, entrevista al misterioso ciudadano suizo que aparece en todos los registros como el nuevo custodio legal… nadie entiende cómo terminó ahí.
Al parecer es el único autorizado para hablar del célebre Informe Quelonio, sus autores intelectuales siguen siendo, oficialmente, un misterio.
La entrevista ocurre en una terraza de Ginebra, con vista al lago. Una mesita redonda, una copa de vino blanco, y la arrogancia de quien ya ganó.
—Señor Arrieta, ¿usted puede confirmar si alguna vez estuvo en Costa Rica?
Chus sonríe, cortés, y responde levantando su copa de vino blanco, mirando fijamente a cámara:
—Nunca estuve en Costa Rica, pero gracias a mi ‘padre’, quizás me postule algún día para presidente. ¿Quién no ama un buen cuento tropical, señora periodista?
Levantando su copa con la calma de quien siempre supo que este país se podía comprar con una servilleta y un buen cuento:
—Je suis né ici. J’aime le Costa Rica… mais je suis suisse, monsieur.
Lo demás son invenciones tropicales.
🕰️ Epílogo visual:
Cincuenta años después, un ministro con dientes nuevos y memoria vieja presenta una iniciativa previsional bautizada como “Proyecto Tortuga 3.0”. En la pantalla detrás de él, se proyecta la foto amarillenta de una finca en Desamparados.
En un viejo letrero de madera se puede leer:
“Estudio Quelonio – Cerrado por reparación espiritual.”
Junto al letrero, alguien ha pintado con espray:
“¡Ahora sí es en serio!”
El silencio es interrumpido por una voz lejana. Desde un cuarto piso, en un barrio que ya nadie recuerda, una antena recién soldada emite una señal sin origen ni destino.
El Dr. Lazer grita:
—¿Otra vez?
Nota del Autor (o del Archivo Quelonio, Sección Anexa 22):
Nota final:
Este cuento no busca redimir a nadie. No viene a denunciar, ni a dar lecciones. No es una moraleja, ni un panfleto. Es más bien una rendija por donde todavía se cuela el humo del show. Si algo se entendió, tal vez fue sin querer. Y si algo no se entendió, quizás era la idea.
A veces, este país no necesita explicación, sino un buen espejo. Uno de esos que no mienten… pero tampoco perdonan.
Estudios Quelonios es una sátira política con raíces muy ticas, pero con guiños que cualquiera podría reconocer en cualquier otro país. Habla del poder, de los discursos que suenan bonito, de la forma en que el humo se disfraza de promesa. Tiene humor, sí. Pero también tiene filo.
Gracias por leer. Y si después de esto le dieron ganas de revisar su pensión… algo hicimos bien.
Lo curioso es que hay muchos elementos de la realidad de CR y existen muchos personajes que han sido parte de cuestionamientos, fondos que luego fueron usados para comprar confites. Si bien hay realismo mágico y sátira, las coincidencias narativas vrs. las factuales, son parte de un relato que ya ha vivido el país. Escupe la verdad en la cara costarricense promedio, para que se avispe y no sea tan pura vida ni tan pobrecito.
buenas noches, muchas gracias por la lectura!
El relato de una realidad cuántica que ocurre en un tiempo interdimensional entre mañana en la mañana, a la hora del noticiero, y hace setenta años, o quinientos, o dos mil, o lo que tenga que trabajar cualquier peón para mantener al Estado hasta que éste le devuelva, si aún queda algo, su mísera pensión. Exquisitamente brutal.
muchas gracias por la lectura mi lidershh!!1