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Guión de un Natalicio: Una noche en La ardiente Alajuela

por Valdo J.

EXT. CALLE SIN SALIDA – NOCHE
Una corteza amarilla inmensa, recién bañada por la lluvia, custodia la entrada. El agua todavía cae en gotas pesadas sobre el asfalto oscuro.
Un haz de luces cortó la penumbra: el carro de la ilustradora aparece al fondo de la calle.

PLANO DETALLE (50mm 1.2)
Unas manos recogen la jacket Eisenhower, con el parche del Instituto Cuántico Costarricense para la Investigación Interdimensional, IQCPLII, bordado en el pecho izquierdo.
El director baja las escaleras, abre el portón, cruza la calle mojada y sube al carro.

PLANO CENITAL (35mm 1.4)
Ya sentado en el asiento delantero, sonríe al recibir una bolsita de regalo. Dentro: una cafetera italiana repleta de chocolates y una tarjeta: “Empezamos a escribir la película.”

SONIDO
Desde el primer cuadro con la corteza amarilla, suena “Profondo Rosso” de Goblin. Va creciendo con cada movimiento. Justo en el instante en que el carro arranca rumbo a LA ARDIENTE ALAJUELA, la música alcanza su punto más potente.
CORTE A:
EXT. CIRCUNVALACIÓN – NOCHE
El carro se desliza sobre el pavimento húmedo. Las luces se quiebran en los charcos de la carretera en todas direcciones.
NARRADOR (V.O.)
Los esperan dos figuras en LA ARDIENTE ALAJUELA: El Arquitecto, con su libreta de planos y anotaciones, y Klaus Kinski Resucitado, quien carga todavía la sombra de una selva que casi lo sepulta.
Valdo Jiménez escribiendo en una mesa metálica bajo luz tenue
Director del Natalicio de Un Guión, Espacio Clandestino en La ardiente Alajuela. Foto: Fabian González
EXT. PARQUE MENOR – LA ARDIENTE ALAJUELA – NOCHE
Un parque discreto, apenas sostenido por faroles viejos. A un costado, las cruces de un camposanto sugieren que aquí las almas conversan más que los vivos.
El Arquitecto (44) y Klaus Kinski Resucitado (56) caminan alrededor del parque. Sus pasos suenan sobre aceras con piedra canteada que han sobrevivido al tiempo. El reflejo de los faroles se multiplica en los charcos de la lluvia reciente. Un frío inusual acompaña la caminata: raro en LA ARDIENTE ALAJUELA.

NARRADOR (V.O.)
La cámara no suelta a Klaus Kinski Resucitado. Años atrás, en el Amazonas peruano, un cacique juró matarlo y borrar sus restos como si nunca hubiera existido. Escapó esa noche, y ahora camina aquí, como si nada, entre bares que ya no existen: La Tacareña, El Cinco Menos… ruinas invisibles para quien no recuerda.

DOLLY IN – KLAUS KINSKI RESUCITADO
El gesto crispado, los ojos encendidos. Klaus Kinski Resucitado insiste en que se cambien detalles de los espacios y lugares, repite que no quiere problemas. Su voz se quiebra, contiene su ira. El Arquitecto distingue a lo lejos el carro estacionado bajo el farol.

ARQUITECTO
Ahí están.

El Arquitecto y Kinski caminan hacia el carro. Kinski Resucitado se agacha apenas, golpea con los nudillos la ventana del conductor y lanza un saludo entre sonrisa torcida y desconfianza. El Director baja del carro, la Ilustradora también. Abrazos breves, tensos, como quien se alegra pero no termina de soltar la guardia. Hablan en voz baja, casi entre dientes, del espacio que están a punto de visitar. Kinski vuelve insistir, parece muy cabreado: insiste en el cambio de detalles, que no se mencionen las cosas tal cual, no quiere problemas. Lo incomodo de sus palabras perturba a todos.
ARQUITECTO
Hay que pedirle la llave al señor del ciclo.

El aire se espesa. Los tres se miran, desconcertados por la furia de Kinski.
TODOS
(en coro, apaciguando)
Tranquilo, mi lidershh… vamos bien.

Pocos sabían que ese día se celebraba un natalicio, menos aún que el festejado lo había conmemorado muy pocas veces en su vida. Pudiendo escoger cualquier lugar para la efeméride, su intuición lo llevó a donde realmente tenía que estar: LA ARDIENTE ALAJUELA. La elección no fue un detalle menor, era el sitio al que había que ir. Y allí, entre faroles húmedos y calles aún con olor a tormenta, lo que debía ser una noche sin mayor pretensión se convirtió en algo distinto: una unión de fuerzas, casi conspiración, para echar a andar un sueño largamente postergado. Una película. El guion que abre esta crónica no es más que una propuesta, un boceto en carne viva, pero también la primera pisada firme hacia la posibilidad real de verla nacer.

Klaus Kinski Resucitado había propuesto el lugar. Espacio que no será nombrado aquí, quizá por eso mismo funciona mejor contarlo como un ciclo. Un ciclo de los que ya no existen, detenido en los años sesenta, con aquellos latones de aceite que parecen haberse oxidado junto con las bicicletas colgadas en la penumbra. La ficción acomoda mejor lo que la realidad nos obliga a callar segun Kinski.

Detrás del mostrador, dos hombres de unos sesenta años compartían un café amargo. No parecían esperar a nadie: uno sostenía en la mano una pieza Campagnolo, un viejo pasador que examinaba como si en sus dientes pudiera leerse el tiempo. El otro asentía en silencio, para este el metal tenía siempre la última palabra.

Klaus Kinski. Fotograma pelicula Fitzcarraldo, 1982. Peru

El Director, la Ilustradora, el Arquitecto y Kinski cruzaron miradas. Nadie sabía bien qué decir. Hasta que uno de los hombres que supuestamente estaban atendiendo el ciclo, levantó la vista, casi sin sorpresa, y dejó sobre el mostrador una llave pesada, con un llavero de cuero gastado. No hubo indicaciones, apenas un gesto con la cabeza hacia el fondo del local.

La llave era más que un objeto: era el permiso tácito para entrar en un espacio que, hasta ese momento, nadie estaba seguro de querer encontrar.

Director conversando con actor de la construcción en descanso.
El Arquitecto.

Caminaban por un pasillo estrecho, como si alguien hubiera diseñado el espacio pensando en una procesión. El aire olía a grasa vieja, a metal recién lijado.

Primero apareció el rostro severo de Juan de Dios Castillo, sobre una pared. Congelado en un póster amarillento que parecía haberse despegado de un estadio perdido. Más adelante, la mirada herida de Luis Ocaña, como un aviso de lo que significa retar al poder y no salir ileso.

Juan de Dios Castillo. Ganador Vuelta ciclistica Costa Rica, 1986.

Al girar, el póster que dominaba todo: Marco Pantani, sentado en el asfalto, mirada fija. Desde la entrada sentíamos que nos observaba, como si vigilara cada paso que dábamos. Era imposible sacudirse la sensación de que sus ojos nos seguían hasta el fondo del corredor.

Luis Ocaña. Campeón tour de Francia 1973.

Avanzábamos casi en fila india. El Director se detenía cada tanto, imaginando cómo iluminar ese recorrido: ¿un 50mm aqui, o acaso un 35mm para atrapar el conjunto? La Ilustradora lo interrumpía con observaciones prácticas, mientras el Arquitecto discutía cómo sacar provecho de las sombras del lugar  para acentuar el dramatismo. Klaus Kinski Resucitado, mascullaba que todo estaba demasiado oscuro, que si queríamos filmar habría que inventar una manera de que la luz apareciera sin delatar el lugar, iluminando puntos claves del espacio.

Marco Pantani, ganador del Giro & el tour de Francia en un mismo año

Al final del pasillo, una pared lisa, sin señales. Un segundo de duda. Luego, apenas visible, un marco disimulado. La puerta estaba ahí, escondida. Se abrió con la llave que les había dado del dependiente.

Unas escaleras de madera ascendían hacia la nada. La luz casi inexistente: apenas un haz débil que se colaba desde arriba. Cada peldaño chirriaba como si protestara. Nadie lo dijo en voz alta, todos lo pensaron: subir esas escaleras era entrar a otra dimensión.

Roberto Duran vs Carlos Palomino, 1979

Al llegar, el espacio se abrió de golpe. No era un cuarto común, era un manifiesto. En las paredes colgaban pósters desiguales: desde viejos ídolos del boxeo hasta rostros de actores olvidados, todos con miradas fijas, testigos mudos. Al fondo, dominando el lugar, un cartel pintado a mano gritaba en letras enormes: NO MÁS IMPUESTOS.

Detrás de la barra, cerrada como una trinchera de madera gastada, un frigorífico gigante emitió un zumbido. Y de ese mismo frigorífico, como si la escena estuviera ensayada desde hace años, emergió ZEPOL.

No necesitó presentarse. Su sola figura parecía explicar por qué estábamos allí: en algún momento todo sueño necesita un guardián improbable, alguien que se levanta de un refrigerador para recordar que incluso lo clandestino puede tener reglas.

Las sillas de madera dejaron de ser simples muebles. Los cuatro se acomodaron en mesas separadas, el lugar los quería dispersos para luego reunirlos. Desde los grandes ventanales opuestos al letrero de NO MAS IMPUETOS, apenas se intuían los perfiles de los volcanes; las luces del valle central se disolvían entre nubes bajas.

Y sin mas Klaus Kinski Resucitado tomó el mando: desplegó, con solemnidad desquiciada, lo que llamó un taller de vaporización mental. El humo se elevó como incienso torcido, y cada sorbo de aire parecía un ensayo para entrar en otra frecuencia.

El Arquitecto, Zepol y el Director aceptaron el experimento como feligreses obedientes. La Ilustradora, en cambio, se mantuvo aparte: tenía a su cargo el transbordador y sabía que para conducir de vuelta a la realidad hacía falta lucidez absoluta.

Solo después, como si sellara la escena, Zepol repartió cervezas de litro, consciente de que todo ritual necesita su brindis.

COMPILACION DE RAVIETAS DE KLAUS KINSKI

Este salto, tan abrupto, tan mal empalmado, no es descuido sino síntoma: la historia aún se está levantando. Hay huecos, hay saltos, y un pulso que sin duda promete. Lo que se siente inconcluso no resta fuerza; más bien nos subraya que esta crónica es todavía un terreno en construcción, un borrador con potencia de convertirse en relato definitivo.

Todo empezó como un natalicio casi secreto convertido en el primer día de rodaje para una película que todavía no existe, y sin embargo ya vive en cada uno de estos gestos: la llave entregada sin palabras, los posters vigilantes, el cartel desafiante de “NO MÁS IMPUESTOS”, las cervezas servidas por Zepol, y la extraña liturgia de un taller improvisado por Klaus Kinski Resucitado. No era una salida cualquiera a LA ARDIENTE ALAJUELA. Era el ensayo general de un sueño largamente postergado, el punto donde la ficción dejó de ser una excusa y se volvió pacto.

Allí, entre cerros iluminados a lo lejos y mesas dispersas como islas, los cuatro entendimos que la película no empezaría algún día, ni cuando hubiera dinero, socios o productores iluminados. Había empezado ya, en esa cantina clandestina, en esa noche quimérica, cuando lo único que parecía necesario era quedarse lo suficiente para no olvidar nada.

Más tarde, entre planos mentales y paneos imposibles, salimos a estirar la fiesta con un poco de hambre. Terminamos en LA LIGA BAR, donde conocimos al mítico Angelito —abrazo pendiente hasta hoy. Un par de cervezas más, unos gallitos y comentarios sueltos bastaron para cerrar la jornada. La Ilustradora y el Director partieron primero: ella nunca se suma a talleres chamánicos de vaporización mental, mejor piloto para el transbordador imposible.

Si disfruto de esta lectura la siguiente crónica sin duda lo va entretener tambien: Juan el Bautista en el Bar Buenos Aires.

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