Skip to content

Haciendo lo Inasible.

Por Nacho Alemán.

Haciendo lo inasible, o, como palidecer en tres actos.

Siempre me ha fascinado el ejercicio de reconstruir el pasado. Desde lo estrictamente historiográfico hasta lo meramente anecdótico, todo posee un valor intrínseco y, según el ángulo desde el que se observe, puede abrirnos la puerta a territorios insospechados. Como civilización, solemos repetir que estamos condenados a «repetir» la historia; o, más precisamente, el pasado. Más allá de la circularidad implícita en ese axioma, sostengo en este relato que «lo pretérito» es estacionario: lo sucedido no se evapora mágicamente. Lo que cambia es que, a diferencia del futuro, el pasado se vuelve, una vez ocurrido, físicamente inaccesible y ajeno a nuestra restringida percepción sensorial.

Conviene añadir aquí una aclaración —que en el fondo es un reconocimiento—: no solo conocemos muy poco sobre la complejidad de la psique humana, sino que también existen innumerables fenómenos que, por ahora, escapan a cualquier explicación objetiva.

Foto: Lens Gazer

PRIMER ACTO: EL RASTRO PRIMIGENIO.

En las mañanas de los días 25 de diciembre que marcaron el calendario de mi infancia, era, no por casualidad, «casi que religiosa» la costumbre para todos los niños que habitaban las casas, agolpadas a sendos lados de la cuesta que define el carácter central del barrio donde crecí, salir a exhibir los regalos que, todavía, se creía habían traído la noche anterior un pequeñín de tan solo unos meses (y que ni hablar podía) o un tipo barrigón de sonrisa bonachona.

No puedo precisar la edición de aquella «exhibición matinal» para la cual el dios hecho niño, o el producto de una mercadotecnia sagazmente salvaje, me proveyó de un regalo que, desde el primer contacto visual, fue fascinación absorta: un elástico metálico que respondía al nombre de «slinky». Lejos de su naturaleza etimológica, lo que despertó en mí un magnetismo que, en poco tiempo, devino en fijación, era que mi capacidad cognitiva, en ese entonces, no lograba descifrar el trasfondo del movimiento dinámico y vertiginoso que el elástico trazaba mientras, ante mis ojos de inocente infancia, descendía los peldaños de concreto expuesto que unían el orden interno de la acera con la pequeña «jaula metálica» que, en una de las varias transformaciones que la casa de mi infancia llegó a experimentar, constituía el corredor de entrada.

Y aquí, un apunte vertebral: pasé largas horas rumiando por qué no conseguía, luego de un sinfín de intentos fallidos, que mi «slinky» subiera las gradas de regreso al punto de partida, a lo alto de la escalinata, para iniciar un nuevo descenso y, con ello, trazar ese «túnel» que el aire borraba de un solo trazo. Una entre muchas otras preguntas que se agolpaban en la gaveta etiquetada como «sin respuesta».

Foto: m20wc51. Every photo on this page is scanned from an original slide, photo, or negative in my possession . No images on this page were taken from any other source anywhere on the web. These images are my personal property (with a few exceptions for original slides that have since been donated to museums).

Segundo acto: La Ley de elasticidad de Hooke.
La infancia me abandonó e, inexorablemente, tuve que recibir a la adolescencia. Subrayando, una vez más, que la exactitud no es dimensión esencial del relato, es muy probable que me encontrase cursando el noveno año de colegio (lo cual, a todas luces, es una frase inconsistente: no arrastraba a mis espaldas ocho años previos de instrucción colegial), cuando la gaveta de las cuestiones irresolubles dejó filtrar un halo de luz y, con un soplido de sapiencia, desempolvara el misterio del elástico metálico (cuyo destino material último desconozco por completo).

Digresión antojadiza. Robert Hooke, apodado el «Leonardo de Inglaterra», adquirió renombre y riqueza en buena parte gracias a su prominente polimatía. Prolífico como pocos hombres en la historia, su curiosidad e ímpetu intelectual lo colocaron, de manera póstuma, en lo más alto de la evolución del conocimiento científico. Vilipendiado por sus contemporáneos (sus disputas con Isaac Newton están bien documentadas), llegó a desarrollar un cierto grado de paranoia, lo que lo llevó a crear un intrincado lenguaje críptico para proteger sus creaciones y hallazgos en los muchos campos en los que intervino.

Su ímpetu atravesó temas tan diversos como la biología, la agrimensura, la física planetaria, la arquitectura, la microscopía y la náutica. Un rasgo singular es que, desde joven, fue un ferviente y absorto observador tanto del entorno inmediato y palpable como de aquel «oculto a plena luz» (de ahí su interés por la microscopía). Paralelamente, su medio predilecto de documentación era el dibujo a mano. Entre sus muchos aportes se encuentra el postulado de la relación directamente proporcional entre la extensión que experimenta un cuerpo elástico y la fuerza requerida para lograr dicha extensión.

Para proteger su tesis, Hooke la cifró en un anagrama: Ut tensio sic vis («como la extensión, así la fuerza»), axioma que fácilmente puede trasladarse a otros campos de significación. Eventualmente, el anagrama derivó en una ecuación que armonizaba «fuerza» (F) con «elongación» (𝛿) por medio de una «constante elástica» (k): F = –k𝛿.

De vuelta al salón de clases, en aquella sección de noveno año a la que pertenecía por riguroso orden alfabético, la «vacuidad mental» recibía contenido y contorno. Bien pudo haber sido temprano por la mañana cuando «El Físico» —como se conocía al espécimen de la fauna pedagógica que nos impartía lecciones— abordó el legado del señor Hooke.

Ya fuera por azar o por un fenómeno aún inexplicable, apenas había sonado el timbre que cortaba en bloques de cuarenta y cinco minutos las sesiones, cuando una mezcla casi insoportable de nostalgia y satisfacción se apoderó de mí. Desde lo más recóndito de mi infancia se proyectaba hacia mi presente la mano responsable de develar uno de mis misterios infantiles: la ecuación, fruto de las cavilaciones de Hooke, explicaba por qué mi «slinky» se negaba, una y otra vez, a subir las escaleras: no había fuerza actuando sobre el cuerpo elástico que lograra la elongación requerida para desandar el camino.

Con la pérdida de inocencia que el conocimiento científico indeleblemente inflige, esta micro-epifanía, como tantas otras, hizo mutis y dejó paso a nuevos personajes en la tarima de mis intereses y curiosidades. Hasta que, de la forma más antojadiza —por inesperada—, la severidad de Hooke fue eclipsada por un tenue contacto con las fibras que tensan mi pasado infantil y la apertura hacia un mundo desconocido.

m20wc51: Every photo on this page is scanned from an original slide, photo, or negative in my possession . No images on this page were taken from any other source anywhere on the web. These images are my personal property (with a few exceptions for original slides that have since been donated to museums).

Tercer acto: imagen, recuerdo y experiencia sensorial se agudizan y amalgaman.
Fue una especie de tropezón: el instante en el que sostuve, luego de una cantidad indeterminada de tiempo, de nuevo en mis manos, desde que era niño, un «slinky». No era el mío, claro está, pero algo del estupor y escalofrío de los recuerdos tejidos podía percibirse como los bostezos somnolientos de quien lucha por librarse de los brazos de Morfeo sin mucho afán o convencimiento. Minuto tras minuto traté de reproducir el sentimiento perdido. Era sencillamente inviable.

Al menos hasta que, unos días después, abrí una puerta que me hizo saber a dónde fue a parar esa porción de mi infancia y el ejercicio previo de evocarla. Hubiese sido prudente, en retrospectiva, haber procesado las señales de precaución y advertido el umbral que se materializaba en incrementos que, en pocos instantes, se tornaron extrañamente familiares. Fue así como la falta de prudencia, al ver cómo mis camaradas de viaje —con un mucho más amplio récord de vuelo— moderaban los influjos del revulsivo sensorial, me llevó a envalentonarme hasta la cúspide de mi audacia.

Llegado al cenit de mi capacidad de control y construcción «objetiva» de la realidad —esa que me indica el ancho, altura, profundidad y temporalidad de mi devenir—, me desplomé a un solo seco y preciso golpe de tambor. No hubo presagio alguno; tampoco fulgor con retazos de paranoia. Fue un dulce regreso a un tiempo-espacio de mi fascinación infantil e inquietud intelectual juvenil: mientras una voz lejana pronunciaba mi nombre, mi cuerpo y alma se transmutaban en resorte metálico en pleno descenso desenfrenado de escalones de concreto. Tal narrador omnipresente, observaba desde un punto de vista externo, al tiempo que experimentaba, en primera persona, la metamorfosis de mi existencia carnal en el dinamismo elástico de «mi slinky».

Cabe subrayar un detalle: lejos de tornarme en el objeto en sí, lo que el «taller de vaporización» facilitó fue el paso de cuerpo a movimiento; de existencia acotada por los bordes de la fisiología al fluir constante de energía que emerge del «estira y encoge» (como reza el estribillo de uno de los clásicos del «chiqui-chiqui» criollo). De hecho, si se aceptase como válida la hipótesis del multiverso, en alguno de los distintos universos que existen en paralelo al nuestro, un tal Roberto Gaancho postula su ley del «güiri-güiri».

Foto: M20wc51 / M-60 Door Gunner, 1967

Epílogo: «Las puertas de la psique»
Las llaves están en —o, bien, son— las sustancias psicotrópicas. Existe una diferencia sutil, pero diferencia al fin, entre incertidumbre, ignorancia y desconocimiento. Sin entrar en el detalle semántico y lingüístico, basta con hacer patente, primero, la falta de sinonimia entre estos términos. Luego, reconocer que, si bien es vasto el conocimiento cultivado en torno a la mente, la psique y el cerebro humano, el claro reconocimiento de los linderos de la certidumbre nos confirma la existencia de océanos de entendimiento aún por navegar.

La cuestión que emerge aquí es cómo navegar las oscuras aguas de aquello que ignoramos y que cohabita nuestra corporeidad. Entre los muchos audaces exploradores de esas aguas sórdidas, densas y oscuras, se encuentra el señor Aldous Huxley, autor del controversial libro The Doors of Perception (publicado luego junto a su ensayo Heaven & Hell, y que dio nombre a la legendaria banda encabezada por Jim Morrison). En dicha obra —sujeta a acérrimas críticas por parte de una comunidad científica obcecada y cegada por la rigidez de un método cerrado a toda fenomenología, especialmente la husserliana—, Huxley documenta con detalle exquisito su experimentación con la mescalina, alucinógeno contenido en el peyote y utilizado por comunidades de lo que llaman «americanos nativos».

Guardando los océanos de distancia que separan la pluma furiosa de Huxley de mi moderado intento, el meollo está en subrayar lo que persiguen ambos ejercicios: recabar percepciones vividas que van desde lo «puramente estético» (el dibujo frugal del cuerpo tornado en movimiento elástico) hasta «visiones sacramentales» (la división del sujeto que permite la simultaneidad de puntos de vista). Persisten, huelga decirlo, incontables puertas cuyas llaves, si bien están a mano, siguen siendo mancilladas de manera doblemente inquietante: una por un moralismo anacrónico y otra por una ciencia retrógrada que se resiste a validar otros acercamientos a la experiencia interior y sus «leyes».

Por consiguiente, este ha sido un modesto intento de mostrar el valor que entraña reconstruir y, al hacerlo, reinterpretar experiencias pretéritas cuyos contornos se traslapan con los linderos del conocimiento «aseverado». Queda trecho por recorrer, pero es menester asumirlo para cerrar la brecha que persiste tanto entre «lo dicho y lo hecho» como entre «lo vivido y lo recordado», por más inasible que ello parezca. De lo contrario, seguiremos inmersos en un desconocimiento adormecido por una incertidumbre que, letárgicamente, deviene en ignorancia pura y dura.

Dia Festivo en Costa Rica, 1964. Columbus Memorial Library (OAS) Photograph Collection

¿Qué recuerdo, imagen o sensación te parece imposible de atrapar pero que aún llevás dentro? Esperamos leerlos comentarios o enviános tu historia pa seguir construyendo este archivo vivo de MAPRADIOCR.
📲 Si este artículo te hizo pensar, compartilo y ayudanos a que más voces se sumen.

#mapradiocr #HaciendoLoInasible #MemoriaColectiva #SurrealismoTico

3 thoughts on “Haciendo lo Inasible.”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *