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Carlos Alvarado y el Morbo Literario del Poder

Por Tomás Oreamuno

I. Introducción: El morbo del poder

Hay textos que se leen por su belleza, su potencia, su urgencia. Otros se hojean por razones más oscuras: el morbo. No el deseo de entender el mundo, sino de husmear en la mente del personaje que dejó una huella —para bien o para mal.

Así como muchos hojean Mein Kampf no por su prosa o ideas, sino por el escalofrío que produce leer a quien encarnó una de las mayores tragedias del siglo XX, también hay quienes hojean La Guilita de Mar y otros textos del expresidente Carlos Alvarado con un interés más patológico que literario: saber qué clase de mente firma un gobierno tan catastrófico como el suyo.

No se trata de comparar ideologías ni crímenes. No hay punto de comparación entre Hitler y Alvarado en escala ni consecuencias. Pero sí hay un fenómeno similar: cómo ciertos textos adquieren notoriedad no por su mérito literario, sino por el personaje que los firma y el morbo que genera su figura pública.

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En este caso, el retorcimiento tiene nombre, foto oficial y hasta himno patriótico. Carlos Alvarado: el expresidente que se autodefine como escritor, rockero, patriota, humanista. El mismísimo Capitán Planeta: SuperCharlie. El tipo que dejó a su partido reducido a la nada en las urnas, pero que todavía firma columnas con tono de estadista y vende libros como si fueran ensayos sobre el porvenir.

Aquí es donde empieza el problema: porque si ese futuro se parece a sus cuentos, estamos jodidos.

II. La Guilita de Mar: literatura de espuma

La Guilita de Mar fue escrita por Carlos Alvarado en 2012 como parte de un proyecto editorial que buscaba reimaginar cuentos clásicos. Le tocó “reinterpretar” La Sirenita. El resultado fue un texto que recurre a un recurso pobre y facilista: describir a una adolescente de 15 años —“descobijada”, “con fuerte patada”, bañándose en calzones y sin brassier— no como parte de un desarrollo narrativo sólido, sino como un gancho burdo que apela al morbo y a la incomodidad del lector para generar atención. Más que aportar profundidad, lo que logra es disfrazar con escándalo lo que carece de verdadero valor literario.Una especie de telenovela tropical pasada por filtro de Instagram, repleta de frases cursis, eufemismos de mal gusto y lugares comunes disfrazados de lirismo.

No hay profundidad. No hay ambigüedad moral. No hay estilo. Hay, en cambio, una obsesión con el personaje masculino (el “príncipe papudo”), una mirada infantilizada sobre la pobreza y una desconexión absoluta con cualquier realidad social mínimamente compleja. El texto está lleno de frases como:

    • “Le dijo que no necesitaba culo, pero sí tetas.”

    • “Lo miró y decidió romper el hechizo con un arpón.”

    • “Ella terminó como el detergente con el que lavaba las camisas llenas de sangre: como espuma en el mar.”

¿Esto es lo que Carlos Alvarado entiende por literatura transformadora? ¿Una fantasía “erótica” disfrazada de homenaje a Hans Christian Andersen, donde la chiquilla muere por amor y todo queda bañado en suavizante moral?

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Porque sí, en ese momento era un simple burócrata que sacaba copias para Alberto Salom. Pero ese burócrata llegó a ser Ministro, luego Presidente, y hoy sigue paseándose por foros internacionales, presentándose como pensador de avanzada.

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Y no. La Guilita de Mar no es solo un cuento fallido. Es un síntoma. De cómo alguien que estudió en la Escuela Anglo-Americana y en el Saint Francis College intenta hablar de pobreza como si hojeando un catálogo de paisajes exóticos se tratara. No hay sudor en esas páginas, ni polvo, ni hambre real: apenas la escenografía de un barrio inventado para conmover a distancia. Escribe de privaciones como quien comenta una telenovela doblada, convencido de que con subtítulos alcanza pa entender una vida que nunca fue la suya.

III. El estadista de espuma

Después de dejar a su partido reducido a la irrelevancia —sin una sola diputación, sin una sola alcaldía—, Carlos Alvarado se reinventó como “líder de pensamiento”. Y lo hizo a lo grande: con libros, foros, columnas de opinión, una plaza en Sciences Po y un currículo que se infla con cada entrevista, aunque nadie recuerde una sola política pública suya que haya dejado huella.

Sus textos, como presidente y como ex, comparten una constante: están escritos en el tono de alguien que cree estar diciendo algo profundo, que sueña con ser citado por otros en momentos importantes de la historia mundial. Cuando en realidad solo está encadenando frases hechas. Un LinkedIn con pretensiones literarias. Palabras como resiliencia, liderazgo transformacional, visión país, aparecen como si vinieran en un manual de autoayuda para burócratas con hambre de micrófono.

El problema no es que escriba. El problema es que cree que escribe obras de culto, una tras otra. Que tiene algo que decir. Y peor aún: que hay quienes lo escuchan y lo lean.

Entonces volvemos a lo escabroso. Porque lo que realmente llama la atención no es el contenido de sus textos, sino el contraste brutal entre la realidad que dejó y la imagen que se empeña en proyectar: la del presidente-poeta, sensible, progresista, visionario. La del “estadista” que no pudo con la CCSS, ni con la corrupción, ni con el costo de la vida. Su “equipo de genios”, los más preparados, terminó siendo como el Coyote de la Warner: expertos solo en estrellarse y enterrar a su propio partido hasta convertirlo en un cadáver político. Y aun así, hoy se atreve a dar conferencias sobre cómo gobernar un país. ¿ES EN SERIO, SuperCharlie?

Carlos Alvarado no escribe porque tenga algo urgente que decir. Escribe porque necesita convencerse —y convencernos— de que lo que hizo valió la pena.

IV. Narrar el barro sin mojarse los pies

Hay textos desastrosos. Textos gelatinosos, que nunca debieron salir del cajón. Luego está La Guilita de Mar, una especie de cuento retorcido escrito por encargo, en el que Carlos Alvarado Quesada, ex presidente de la república de Costa Rica intenta reimaginar La Sirenita desde un estero, con una adolescente de 15 años que termina clavándose un arpón en el pecho por amor a un narco-princeso.

El relato es un Frankenstein literario, con la esperanza de que el morbo hiciera lo que la calidad no podía. “Como espuma en el mar”… que se supone es la gran metáfora final.

Lo incómodo no es la supuesta cosificación, ni la retórica de violencia simbólica con la que los progres se sienten iluminados y listos para señalar a cualquiera.

Lo realmente incómodo es ver cómo Carlos Alvarado Quesada convirtió sus cuatro años en Zapote en un taller de todo lo malo: decisiones perversas, un país servido en bandeja a intereses oscuros, una pandemia utilizada como maquillaje de gestión, que dejó más dudas que aciertos. Un taller que no lo consagró ni como presidente —porque nunca lo fue—, mucho menos como escritor, título que solo él es capaz de endilgarse para sí mismo. Su mandato terminó siendo pura pose, cero sustancia: una olla de carne servida en plato hondo, sin carne, sin verduras, solo un caldo aguado que todavía algunos citan como si tuviera algo que ofrecer.

Carlitos, en la cabeza tiene lo mismo que la olla de carne que aqui mencionamos.

Más que reimaginar un clásico, Alvarado armó un rompecabezas con piezas sueltas: una adolescente de 15 años por aqui, un narco-princeso por allá y un final que en algun lugar habrá de pegar, pero si no pega, no pasa nada.

La revista que lo publicó… en fin. No hacía falta curaduría: bastaba con agitar la banderita multicolor para que todo pareciera “atrevido”, “profundo” “transgresor”.

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Acá lo único que valia es el principio futbolero que no falla: al equipo ganador se le repite. Los grandes clásicos se dejan como están. No necesitan prótesis, ni remakes con moraleja, ni adornos de feria. Se leen, se disfrutan… y listo.

¿Y quién es la protagonista? Una güilita de quince años, “guapa y descobijada”, cuya vida se reduce a su deseo por escapar, cambiarse el cuerpo y conquistar a un hombre con dinero. Carlos Alvarado intenta construir un “cuento social” y termina destilando una fantasía masculina de redención, adornada con pirotecnia narrativa, curanderas que envían a menores de edad a clínicas estéticas, etc. ¿ES EN SERIO SUPERCHARLIE?

El texto lo firma alguien que cursó la primaria en la Escuela Anglo-Americana y la secundaria en el Saint Francis College. Eso no impide que el autor se apropie del tono popular, que hable de pianguas como si toda su infancia y adolescencia la hubiera pasado metido en el estero o el manglar, recogiéndolas con las manos en el lodo, para luego irlas a vender a la orilla de la carretera o en el bar más cercano.

La escena que intenta evocar no nace del recuerdo, sino del cliché: una postal forzada de miseria pintoresca, pobreza sexy, exótica que nunca ha rozado su burbuja.

Sin embargo, siente tener derecho a narrar la miseria a distancia. Tomar el barro ajeno y moldearlo en literatura de cartón. Lo cual, si viniera acompañado de verdad, respeto o escucha, podría al menos discutirse. Aquí, ni eso. Solo un remolino de frases huecas, personajes sin alma y una conclusión que pretende ser poesía… y ni siquiera logra hacer espuma.

V. Cierre: Literatura de cartón, gobierno de humo

Carlos Alvarado no fue solo un mal presidente. Fue un presidente sin proyecto, sin autocrítica. Lo que se refleja, también, en su escritura. La Guilita de Mar, relato bastante trastavillado. Es una ventana —pequeña pero reveladora— a la forma en que este personaje construye su mundo: desde el adorno, desde la lejanía absoluta con la realidad mas dura, desde una sensibilidad impostada que quiere tocar lo popular sin ensuciarse los zapatos.

En sus textos, como en su gobierno, todo fue pose. Faltó estructura, mucha estructura, planeamiento, IDEAS, empatía real y, sobre todo, consecuencia. Es muy fácil hablar de derechos humanos y, al mismo tiempo recetar garrote, barricadas, gas y más palo. Posar de humanista impulsando leyes que solo sirven para joder al que ya —de por sí— nació jodidísimo. Declararse escritor cuando el texto más leído que se ha publicado es una caricatura de telenovela disfrazada de crítica social, armado sobre uno de los grandes clásicos de la literatura universal.

Carlos Alvarado gobernó como escribe: con frases rimbombantes, sin fondo, creyendo que con el “poder de su narrativa” sería suficiente pa administrar un país.

Se le olvidó a SuperCharlie y su sequito que, Costa Rica no se sostiene con tweets elegantes ni con cuentos reciclados, ni fotografías corriendo en la mañana por San Pedro o llegando en bicicleta vestido en traje entero al bunker de cuesta e moras. Se sostiene con hospitales que funcionen, aceras que no quiebren tobillos, escuelas sin goteras, con respeto y trabajo para los que viven abajo, no en las cumbres reunido con los titiriteros.

Si la literatura tiene un deber, es el de decir las cosas como son. O al menos, no seguir repitiendo lo que quieren oír quienes ya se creen dueños de la historia, en especial una historia buena que solo existió para ellos…

Tomás Oreamuno en la novela Sangre Sombras & Asfalto es Editor y productor audiovisual de la Federación de Estudiantes Universitarios
Gestor cultural del Santuario de Consciencia Global del Frente Universitario

“Me hubiera gustado escribir Rayuela antes que Cortázar. Pero bueno, aquí estoy. Todavía no me pegan un tiro.
El Taro dice que me cuide del plomo.
Tomás Oreamuno

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