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Dogs Don’t Wear Pants: duelo, deseo y la erótica de la verdad

reseña por Arkady Volkov Dimensiovich Lazenko, Dr. Lazer

Confieso que llegué a Dogs Don’t Wear Pants por un rostro que me había dejado intrigado en Blade Runner 2049Krista Kosonen, una aparición breve, luminosa, casi espectral, en aquel universo de neones y replicantes. No imaginaba entonces que ese mismo rostro me conduciría a una película finlandesa donde la luz es reemplazada por la oscuridad de un duelo imposible de resolver, y la ciencia ficción por la exploración íntima de un deseo que parece no caber en el mundo cotidiano.

La historia de Juha, un cirujano cardíaco marcado por la muerte de su esposa, no es la de un hombre que se “desvía” hacia lo extraño. Más bien, es la de alguien que descubre, en lo extraño, el único modo de volver a sentir. La asfixia que Mona le ofrece no es un fetiche vacío: es el regreso al agua, al accidente, a la culpa, y al mismo tiempo, la posibilidad de renacer. Cada sesión es un reencuentro con lo que perdió y, paradójicamente, un recordatorio de que aún sigue vivo.

Mona, por su parte, es mucho más que la caricatura de una dominatrix. De día, terapeuta física; de noche, exploradora de los límites entre dolor y placer. Lo curioso, en esencia, ambos oficios comparten la misma raíz: acompañar al otro en su dolor, guiarlo para enfrentarlo y, en el mejor de los casos, superarlo. En la clínica, ayuda a rehabilitar lesiones y dolencias; en la mazmorra, lleva ese mismo principio al extremo, transformando el sufrimiento en un lenguaje compartido. Su oficio no consiste en humillar por deporte, sino en brindar un espacio donde los cuerpos se enfrentan a su fragilidad. Con Juha, ese espacio se transforma en refugio.

DOGS DON’T WEAR PANTS TRAILER (2019)

Esa es la clave de la película: Dogs Don’t Wear Pants no es morbo, ni un catálogo de parafilias, ni un manual de perversión. Es una historia de amor improbable, donde dos personas aparentemente opuestas —un cirujano y una dominatrix— descubren que están unidas por la misma materia invisible: la necesidad de que el dolor se vuelva puente hacia algo más.

El desenlace en la pista de baile, con Juha celebrando al ver entrar a Mona, confirma que lo que empezó como trauma terminó como posibilidad. La sonrisa compartida no es un guiño cómplice depravado: es la constatación de que ambos encontraron un lugar en el mundo donde podían ser, al fin, ellos mismos.

Cierro con una digresión personal, inevitable en mis reseñas: esta película, de haber llegado unos ocho años antes, le habría ahorrado a SuperCharlie el despropósito que fue La Guilita de Mar. Porque donde Dogs Don’t Wear Pants encuentra símbolos, redención, una erótica de la verdad, aquel texto de Carlos Alvarado Quesada solo se entrega al facilismo más burdo, disfrazado de erotismo baratísimo. Pecado capital pa la literatura, insulto pa cualquier lector que busque, no morbo de quiosco, sino la profundidad que solo el cine —a veces— se atreve a ofrecer.

— Dr. Lazer

PARTE DEL SOUNDTRACK DE LA PELÍCULA

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