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La Hermanastra Fea 2025: crítica y análisis de la nueva Cenicienta gore.

por Valdo J.

LA HERMANASTRA FEA: CENICIENTA GORE PARA TIEMPOS MODERNOS.

Ari me consultó, más o menos 3 días atrás. Si tenía un enlace para ver La Hermanastra Fea. Cuando me di cuenta de la película, pense que para verla tenía que ir preparado para otro catálogo corporativo de virtudes prefabricadas —el típico “checklist” que distrae más de lo que ilumina—, y me encontré con uno de esos cuchillos hacha de carnicero.

La película abre la vieja vitrina de Cenicienta y, en lugar de pulir el cristal, lo raja: no repite la ternura de Perrault; pulsa la vena áspera que los Grimm dejaron latiendo, esa que hoy llamaríamos “gore moral”: dolor, culpa y castigo. Aquí el espejo no promete milagros: duele. Y duele porque el cuerpo que se “corrige” es la coartada de un alma que no sabe por dónde empezar a curarse. 

La película mira de frente la obsesión contemporánea por “arreglar” el cuerpo como si el bisturí pudiera ordenar el desorden interior. Y en ese gesto, lo que parecía otra vuelta correcta de Cenicienta se vuelve una pregunta: ¿de verdad la belleza compra pertenencia… o solo posterga el vacío? Desde la periferia del cuento —la hermanastra—, la cinta pregunta algo incómodo: ¿cuánto de nuestra fiebre por “arreglarnos” es, en realidad, miedo a confrontar quiénes somos? Yo esperaba un panfleto y encontré un dilema.

Retrato de Charles Perrault, autor de los cuentos de hadas clásicos como Cenicienta.
Retrato de Charles Le Brun, c. 1670.

Entre Perrault y los Grimm

La diferencia entre Perrault y los Grimm no es solo de estilo: es de mundo. Perrault, en 1697, escribía desde la corte de Luis XIV, un espacio de espejos dorados donde la Cenicienta debía ser elegante, cortés y ejemplar para la aristocracia. No había sangre, apenas moraleja pulida: la virtud humilde será recompensada.

Ciento quince años después, los Grimm levantan el mismo cuento y lo sacan del salón para devolverlo al barro. En su versión, el zapato de cristal se llena de sangre porque las hermanastras mutilan sus pies con tal de encajar. Y en la boda, las palomas arrancan sus ojos como castigo eterno. Eso hoy lo llamaríamos gore, pero en el Romanticismo alemán era pedagogía: la crueldad servía de advertencia, y la fealdad moral se traducía en dolor físico.

Escena de rodaje de La Hermanastra Fea con equipo técnico en acción.
Detrás de cámara. La Hermanastra Fea (2025)

Lo valioso es que La Hermanastra Fea no se siente como esas obras arrogantes que hoy se dedican a desbaratar clásicos por deporte, como si borrar toda referencia fuera un acto de genialidad. No hay aquí ese gesto de “lo viejo estorba, mi obra es la única que importa”. Al contrario: la película dialoga con Perrault y con los Grimm, reconoce la tradición y, desde ahí, construye su propia voz. Por eso me plantea preguntas y no consignas: no la percibo como un manifiesto progresista, aunque sospecho que más de un grupo aprovechará su lectura para empujar sus discursos retorcidos. Esa tensión, lejos de arruinarla, la hace más inquietante. Una pelicula de la que habria aprendido mucho SuperCharlie para su “guilita de mar”.

Retrato histórico de los Hermanos Grimm, pioneros de los cuentos de hadas.
Daguerrotipo. Jacob y Wilhelm Grimm, 1847. Fotógrafo: Hermann Biow

Estética y sonido en La Hermanastra Fea

En términos de puesta en escena, La Hermanastra Fea juega en una liga particular. Su atmósfera recuerda a Neon Demon, donde la belleza se convierte en ritual macabro, y a ratos parece robarle luz de vela a Barry Lyndon, aunque sin llegar a la obsesión kubrickiana por el cuadro perfecto. Y conviene aclararlo: las comparaciones son siempre odiosas y no buscan restarle mérito a la película, porque la fotografía y la puesta en escena de La Hermanastra Fea son excepcionales, más aún considerando que no es una producción con gran presupuesto. El zoom, recurso tantas veces olvidado o denostado, aquí se despliega con paciencia, como si cada movimiento de cámara quisiera recordarnos que en esta historia lo bello siempre tiene un reverso inquietante.

Escena de Cenicienta con su novio en el establo, de La Hermanastra Fea.
Cenicienta & Su Novio. La Hermanastra Fea (2025)

Fotografía & Puesta en escena

El mérito está en que la película no se esconde detrás de un elenco “progresivamente correcto”: no hay forzadas cuotas de inclusión, ni disfraces de época con moraleja contemporánea. Se respeta la textura del cuento y se trabaja sobre ella, como si la directora supiera que basta con un buen ángulo para revelar la grieta. Incluso la Cenicienta —apenas lateral— aparece más humana que santa.

Ahí está la escena inolvidable en que visita a su novio en el establo, mientras él acomoda paja: un momento que podría pasar por homenaje secreto al porno setentero filmado en 35 mm. No por el “mete y saca” explícito, sino por la manera en que la cámara sugiere lo que muchos imaginan al leerlo. 

La puesta en escena muestra lo justo, sin edulcorar ni disfrazar: pura carne cinematográfica, filmada con intención y no con morbo barato. Y, al mismo tiempo, la secuencia siembra dudas maravillosas: ¿es la Cenicienta la mala? ¿es la hermanastra la buena? Esa ambigüedad enriquece la historia, porque nos invita a preguntarnos por la condición humana en vez de distraernos con cuotas identitarias. 

La Cenicienta, jurando amor eterno a su novio en el establo aunque todos sepamos cómo terminará el cuento, es muestra de que aquí nadie es perfecto: cada personaje es retratado con matices, más humano y menos postal.

El peso del Soundtrack.

Y está, por supuesto, el soundtrack: una mezcla de modernidad con perfume retro que parece evocar la época sin reproducirla al pie de la letra. Lo sorprendente es cómo una música contemporánea, pulida con guiños electrónicos, logra sonar como si siempre hubiera habitado en ese salón antiguo. Entre las piezas destaca un tema que se volvió viral tras el estreno —sí, el mismo que remite a la energía de The Social Network (David Fincher, 2010)—, pero el resto de la banda sonora no se queda atrás: acompaña la imagen sin adularla, subraya el tiempo sin traicionarlo.

Fotografía detrás de cámaras de La Hermanastra Fea, actrices en descanso entre tomas.
Fio Fagerli & Lea Myren (protagonista) La Hermanastra Fea.

El final y la redención

El cierre de La Hermanastra Fea no es un triunfo ruidoso ni un castigo sangriento al estilo Grimm. Tampoco es la moraleja de Perrault, donde la virtud humilde recibe recompensa inmediata. Lo que queda es algo más turbio y humano: una redención dolorosa, un comienzo en ruinas. La hermanastra no “se convierte” mágicamente en otra cosa; simplemente queda abierta la posibilidad de un futuro distinto, atravesado por cicatrices que no se borran. Y esa misericordia, lejos de sonar forzada, se siente casi como un accidente del destino: dura, incómoda, pero real.

Es en ese gesto donde la película conecta con la tradición: los Grimm castigaban con mutilación y ceguera; aquí se ofrece un margen de respiro, pero no un perdón como regalo. La hermanastra carga con su pasado, con el hacha en la memoria y el cuerpo: una marca imborrable que la acompañará siempre. Aun así, encuentra una grieta por donde entrar a un mañana incierto. Quizá ahí está la lección más valiosa: que la belleza nunca fue el premio, ni la fealdad la condena, sino que ambos son apenas escenarios donde se juega la fragilidad humana.

Escena íntima de La Hermanastra Fea con Elvira en cama y la Directora de la película a su lado.
Lea Myren & Blichfeldt (directora)

La dirección de Emilie Blichfeldt.


El mérito mayor, sin embargo, está en la dirección de Emilie Blichfeldt. Escritora y cineasta, sostiene una película cuyo peso recae en la parte femenina sin que eso suene a cuota de género ni a concesión oportunista. No es lo que me parece haber visto: lo logrado aquí es fruto de un trabajo paciente, colaborativo y lleno de detalle. Basta ver cómo se mueve el elenco —Flo Fagerli como Alma, Ane Dahl Torp en el papel de Rebekka, Thea Sofie Loch Næss como Cenicienta, y, sobre todo, Lea Myren en la piel de Elvira— para entender que hubo más diálogo que órdenes, más escucha que gritos de “yo estoy al mando”. Lo que se siente en pantalla es la huella de un proceso largo y compartido.

La propia Myren lo confirma: “Hicimos muchos ensayos con el elenco antes de rodar, sobre todo la escena de cortarse los dedos. Investigamos el dolor, el lenguaje corporal y hasta pequeños gestos como morderse las uñas. Todo eso era importante para mostrar la complejidad de sentirse fea.” Esa atención a lo mínimo, a lo humano, convierte a Elvira en un personaje de carne y hueso, con cicatrices visibles y otras que no sanarán jamás. Y es aquí donde la película trasciende cualquier etiqueta:

La Hermanastra Fea no es un manifiesto, es cine hecho con rigor y con hambre de verdad. En la seccion: Cine Ciudades & Cantinas podrá encontrar mas análisis cinemátográficos.

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