El cuarto oscuro no tiene algoritmo.
De niño solía visitar mucho Aserrí, ese cantón más al sur del sur que en aquel momento era mi casa. Apenas 12 kilómetros de San José y 6 kilómetros desde Desamparados, el viaje no tardaba lo que se tarda hoy en llegar, incluso partiendo en Desampa, una hora o mas. En bicicleta, dependiendo de cómo me sintiera, podía hacerlo en 25 o 30 minutos. Allí vive mi tío Rony, fotógrafo, y mi pasatiempo favorito hace muchos años, era dedicar horas al visionado de fotos. Personas que nunca había visto más que en aquellas impresiones conseguidas a base de químicos: miles de negativos e igual cantidad de imágenes.
Matrimonios, graduaciones, funerales, muertos, mascaradas, borrachos, calles, montañas… cajas y cajas de recuerdos ajenos que, sin darme cuenta, terminaron siendo míos. Fue ahí donde entendí que la fotografía no solo captura lo que vemos, sino también todo lo que olvidamos mirar.
No era la primera vez que pensaba en escribir sobre fotografía, pero quería hacerlo distinto. No un texto lleno de especificaciones técnicas, sino un manifiesto sobre lo extraños que se han vuelto los trends tecnológicos. Pensé: “Mejor lo escriben otros, yo solo coordino”. Así que busqué ayuda.
Primero le pedí a Jesús Arrieta. Me dijo que no, que estaba ocupado “buscando la luz verdadera” y que un texto sobre cámaras sería como hablar de barcos con alguien que nunca ha pisado un muelle.
Tomás Oreamuno, por su parte, se disculpó diciendo que no quería “quedar mal con ciertas marcas” porque, según él, en el mundo de la fotografía todo está lleno de trincheras invisibles.
Don Alberto Salazar del Valle simplemente rió por teléfono y dijo: “Valdo, yo no gasto pólvora en zopilotes”, antes de colgar.
Nina Dubrovsky, con esa mezcla suya de lucidez y desprecio, contestó: “Si el mundo quiere cámaras de juguete, que las tenga. Yo solo escribo sobre guerras y traiciones”.
Desistí de consultarle a LaClau y SuperCharlie. A ella porque no soporto el aroma a humo perfumado de sus frases; a él, porque su texto habría sido una cruz, mas un manojo de ajos y agua bendita pa espantar a cualquiera. Ademas de meter quince adornos en dos líneas y tres anécdotas sobre cómo un fabricante japonés de lentes de altísima tecnología lo saludó en la feria del libro de Kyrgyzstan.
Semanas atrás, dos amigos me habían consultado por cámaras que pedían sus hijas en diferentes momentos. El primero preguntó por una Fujifilm X-T30 —esa misma que parece sacada de un catálogo de 1978 pero nació ayer—. Lo que me desconcertó es que, pese a que siempre estoy atento a cámaras, lentes y codecs por mi trabajo, nunca la había tenido en el radar. ¿Por qué alguien querría comprarse esa cámara? Más aún, ¿justificar la compra solo por el “estilo retro”?
Hace años que sigo en eBay la Pentax 67. Me he dormido en comprarla, lo admito, pero ahí está: vendedores japoneses la ofrecen en condiciones prístinas, como recién salida de fábrica, con esos lentes Takumar que son obras de arte, no solo estéticamente sino ópticamente, y a precios más bellos todavía que los que tenían en 1965 cuando debutó o en 1990 cuando recibió su último overhaul. Cuando anoto precios bellos, quiero decir: baratos, muy baratos.
El formato medio, las posibilidades de ampliar una imagen, la magia de revelar en casa… Trabajar con película fotográfica es salir de cacería. Uno anda con los sentidos encendidos, descartando presas —imágenes— que no valen el disparo, hasta que de pronto algo aparece con una fuerza brutal. Revisás la cámara, rezando que queden al menos dos cuadros: uno para cagarla y otro con la esperanza de que sea el bueno. Respirás bajito, te acuclillás, te acostás, buscás la posición que asegure que no vas a perder la presa. La imagen te llama… o quizás sos vos quien la invoca, no sé. Ahí está, inmóvil frente a vos. Un respiro, contener el aire, el dedo presiona el disparador hasta el fondo. No hay casquillo que salga girando por el aire, el avance de la película es el latido que confirma que la presa está asegurada… hasta que, en ocasiones, al llegar a ese punto, descubrís que ya se ha ido, y vos no capturaste ni mierda.
Y para los puristas que se estén preguntando por la vida útil de los químicos de revelado: sí, caducan. Un revelador en polvo puede vivir sellado unos tres años; un concentrado líquido, apenas dos. El fijador, año y medio si le reza a todos los santos del cuarto oscuro, el baño de paro más o menos lo mismo. Abiertos, todos envejecen muy rápido, si tomamos en cuenta lo rápido que pasa el tiempo para las generaciones del siglo XXI. Usarlos vencidos es jugar a la ruleta rusa: a veces sale bien y tenes una imagen rara y única; otras, el negativo queda como sopa turbia y tu trabajo termina, sin querer queriendo, como un homenaje involuntario al expresionismo abstracto.
La segunda anécdota es también fotográfica, más relacionada —me parece— con la obsolescencia programada: comiendo en un restaurante de frutos del mar, un amigo recibe la llamada de su hija. Necesitaba un lector de tarjeta —un aparato que nadie fabrica ya para la camara que ella consiguió—, probablemente necesitará tambien un cable aún menos importante que el propio lector. Ambos accesorios para una cámara digital “vintage” de hace 15 años cuyo cuerpo y accesorios a lo mejor, dejaron de producir uno o dos años después de salir al mercado.
Ahí es donde me asaltan las dudas: ¿por qué alguien querría gastar tiempo y dinero en una cámara que ya era un juguete hace quince años? ¿era un juguete? ¿que tipo de cámara es? Con un poco más de búsqueda y paciencia, se puede encontrar equipo que, en su momento, fue tope de gama —incluso digital— y que hoy se consigue a precios muy económicos. La falta de información, la arrogancia o la simple inocencia, pueden ser el peor enemigo de quien entra en este mundo de la imagen, pensando que todo lo viejo es igual, simplemente por ser viejo.
Ambos escenarios me preocupan porque refuerzan lo que llevo tiempo sospechando: para las generaciones que hoy no llegan a los 30 (y para algunos que ya los pasaron), la historia del mundo empieza con ellos, hacia adelante, al infinito, y lo que queda detrás es poco menos que basura. Lo paradójico es que nunca habíamos tenido tantas posibilidades de vivir más y en mejores condiciones. Un cincuentón de hoy no es el mismo de 1990, ni mucho menos el de 1970: llegamos a esas edades con más energía, mejores herramientas, una lucidez que antes se pensaba reservada a los veinteañeros, únicos seres capaces de disfrutar la vida y los días que esta nos regala a todos, los que seguimos teniendo la fortuna de despertar y respirar. Sin embargo, desde hace poco más de diez años —digamos 2010— parece haberse instalado un desprecio por ese conocimiento y por el sentir de quienes ya cruzaron la barrera de los cuarenta. No solo estorban las personas; todo lo que se ligue a ellas estorba aún más. ¿Será por eso que vemos estos trends un tanto irracionales entre la juventud? ¿O, como dijo David Monge, será que yo también soy muy nuevo en el arte de hacerme viejo? ¿Abre llegado algun lugar con estos últimos 3 párrafos? no lo sé, pero continuemos.
Una cámara digital de hace 20 años que no fuera de gama alta en su época es hoy solo un aparato que nos dará imágenes mediocres, según mi muy humilde opinión. No es lo mismo que una Bolex de 16mm de 1980, cuyas películas siguen viéndose impecables en la actualidad. El celuloide, incluso vencido, conserva un rango, un grano y una textura imposibles de imitar con estas golosinas para Instagram que vuelven locos a los jovencitos para los que nunca pasa nada.
Por eso, si me preguntan. Si les gusta la fotografía y quieren andar disparandole fotos a todo y a todos, recomiendo buscar una cámara que use película de 35mm o formato medio 120mm. Se consiguen a muy buenos precios, algunas incluso “nuevas” aunque tengan 25 o 30 años. Los lentes son piezas de arte y el resultado es inigualable.
Pero qué sé yo…
Mae creo que nos estamos poniendo viejos más rápido de la cuenta, la tecnología tiene una brecha tan gigantesca para nuestra generación que no sabemos si lo digital o lo análogo va a ser una moda o va a ser parte de un hito pasajero. Yo por eso me quedo con la cúrcuma que tiene 5000 años de ser parte de la Medicina Tradicional China, para hablar de cosas que superan la moda! Creo que por eso no me vacuné, porque era moda y hasta turismo Covid hubo en CR!
todo y todos somos pasajeros…