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El Crimen Ferpecto

por Arkady Volkov Dimensiovich Lazenko. Dr. Lazer

El Crimen Ferpecto no fue una de esas películas que tuve que esperar años para conseguir en DVD o en un festival olvidado. No. En diciembre de 2004 ya la había visto por acá, casi recién salida del horno. Me dejó la sensación de que Álex de la Iglesia no había filmado una comedia negra sobre unos grandes almacenes, sino un documental adelantado sobre el mundo en que vivimos hoy. Porque si algo nos sobra en este presente, es precisamente eso: el crimen perfecto del absurdo.
En la película, Lourdes, esa dependienta gris e invisible, termina imponiendo la moda payaso como tendencia. Una ridiculez que, sin embargo, todo el mundo celebra como si fuese la última genialidad del diseñador de alta costura del momento. ¿Y qué otra cosa es nuestra actualidad, sino una pasarela global donde lo grotesco se viste de dogma y lo disparatado se convierte en norma?

La frivolidad como motor del absurdo

La frivolidad es un combustible más potente que el petróleo. Es ella la que mueve tanto los pasillos de unos grandes almacenes como las cumbres del poder mundial. Rafael, el protagonista de El Crimen Ferpecto, lo sabe: su ambición no es salvar al planeta ni escribir un tratado filosófico, sino convertirse en jefe de planta y acostarse con las mujeres más atractivas de su sección. En su universo, lo que importa no es la verdad ni la justicia, sino la apariencia, el brillo efímero de la vitrina. Esa lógica, que parece caricaturesca, es la misma que gobierna hoy nuestras vidas: la estética manda sobre la ética, y la pose tiene más valor que cualquier verdad incómoda.

En Costa Rica lo sabemos bien: nuestra fauna política, pasada y presente —me temo que también futura—, ha hecho de la pose un arte mayor. SuperCharlie es quizá el mejor ejemplo: impecable, sonrisa de vitrina, dispuesto a hacer todo el daño necesario con tal de forrarse de $. Fue El “jefe de planta” ferpecto para un país que confunde liderazgo con pasarela.

Escena violenta de Crimen Ferpecto con Rafael y Lourdes.
Cuando el absurdo alcanza su clímax: Rafael y Lourdes atrapados en la violencia.

El patán que se vuelve gurú

Lourdes no tenía carisma, ni talento, ni una pizca de genialidad. Era invisible hasta el día en que presenció un crimen y supo usarlo a su favor. Con una palanca mínima, impuso su capricho: la moda payaso. Mucho más grotesco es que todos la siguieron. Ese es el verdadero núcleo de El Crimen Ferpecto: en un mundo gobernado por la frivolidad, no importa qué tan ridícula sea la propuesta, basta con que alguien logre colarse en la tarima adecuada para convertirse en referente.

Así funcionan nuestros tiempos: basta ser multimillonario para transformarse en gurú universal. Bill Gates & compañía, sin ser médicos ni climatólogos, dictan la agenda de la salud y del planeta. Un día señalan al cambio climático como el enemigo supremo, al siguiente nos dicen que las vacas son una amenaza mayor que las bombas nucleares. Lo más inquietante no es que ellos lo digan, sino que hordas de gente pensante, con títulos y cerebros de sobra, repitan la barbarie como si fueran el coro de un himno sagrado. Lourdes estaría orgullosa: su “moda payaso” ha encontrado discípulos en los rascacielos y en los foros de Davos.

Rafael serio junto a Lourdes sonriente en Crimen Ferpecto.
Rafael atrapado en la grotesca “victoria” de Lourdes.

¿Y qué hay detrás de ese guion? PROFIT, BILLETE. Bill Gates no es solo el mayor latifundista de Estados Unidos, también es quien le vende, por ejemplo, todas las papas a McDonald’s en ese país. Al mismo tiempo que demoniza a las vacas, invierte millones en carne artificial. La jugada es idéntica a la que usaba en su época de Microsoft: vender sistemas operativos con virus para luego ofrecer la solución del mismo virus que él había incubado, a un precio muy cómodo. ¿No les suena familiar? El crimen ferpecto siempre tiene el mismo libreto: crear el problema y luego vender la cura.

El crimen ferpecto es cultural

En la película, Rafael mata a su rival, pero ese no es el crimen que importa. El verdadero crimen ferpecto es cultural: que la ridiculez de Lourdes se convierta en norma. Que una idea absurda, una moda grotesca, logre colarse en la maquinaria de la sociedad hasta transformarse en tendencia incuestionable. Esa es la ironía más cruel de Álex de la Iglesia: no hay crimen más perfecto que aquel que se normaliza y termina celebrado.

Así vivimos hoy: las mayores insensateces se han vuelto políticas de Estado, slogans de organismos internacionales y trending topics globales. Se institucionaliza el disparate y se viste con ropajes de progreso. Como en la película, al final no gana Rafael ni Lourdes: lo que triunfa es la moda payaso. El absurdo elevado a categoría oficial, con aplausos y medallas incluidas.

Escena de Crimen Ferpecto con Lourdes siendo observada por Rafael.
La tensión entre apariencia y rechazo en Crimen Ferpecto.

La estupidez organizada

Lo más inquietante no es que existan Lourdes dispuestas a inventar modas payaso, sino que haya ejércitos enteros de personas brillantes, preparadas, con masters, doctorados y currículums impecables, dispuestas a “regalar” aplauzos. Eso es lo que Álex de la Iglesia intuyó con precisión: la estupidez no necesita masas ignorantes, necesita cómplices inteligentes que se conviertan en sus mejores megáfonos.

Hoy vemos soldados caer uno tras otro: científicos que adaptan sus estudios al guion que paga la chequera correcta, periodistas que sacrifican la verdad para no perder la invitación al coctel, escritores que acomodan su prosa a la corriente que mejor les convenga, políticos que se arrodillan ante cualquier moda con tal de lucir progresistas. El resultado es un mundo donde lo absurdo no solo se tolera, sino que se defiende con la solemnidad de una religión. La estupidez organizada tiene más poder que la razón porque sabe comprar aliados, revestirse de discurso técnico y desfilar como si fuera ciencia.

Un tenso cara a cara en el que Joe Rogan desvela la manipulación mediática de CNN sobre su tratamiento contra el COVID, logrando que el propio Sanjay Gupta reconozca al aire que la cadena mintió.

Los falsos profetas del profit

En Costa Rica llamamos “manos peludas” a esas fuerzas oscuras que mueven los hilos desde las sombras. No hay mejor ejemplo de esas manos peludas en el mundo, que la familia Sackler: psiquiatras convertidos en multimillonarios, que disfrazaron heroína farmacéutica de “analgésico seguro” bajo el nombre de OxyContin. Sabían que era brutalmente adictivo, sabían que destruiría vidas, y aun así lo empujaron con campañas de marketing y sobornos médicos. El resultado: una epidemia que mató a más estadounidenses que la guerra de Vietnam y Afganistán juntas. Y sigue cobrando vidas…

Demandados, expuestos, obligados a pagar miles de millones de $, los Sackler nunca dejaron de nadar en su fortuna. Al mismo tiempo que llenaban cementerios, ponían su apellido en museos, universidades y centros de investigación, comprando prestigio y lavando la sangre con becas y filantropía. El crimen ferpecto en versión corporativa: vender la enfermedad y luego presentarse como benefactores que financian el duelo….

Lo mismo hace Bill Gates cuando señala a las vacas como enemigas del planeta por un lado y por el otro compra hectáreas enteras para monopolizar los alimentos. El guión no cambia: crear el problema, encender la alarma, luego facturar con la solución. Para lograrlo, necesitan líderes dispuestos a ser cómplices: presidentes, médicos, periodistas, escritores, científicos, etc… forrandolos en papel moneda, impreso o digital. A cambio de repetir el mantra. Porque en el fondo no se trata de salvar al mundo, sino de explotarlo como si fuese otro paciente cautivo.

DOPESICK es una miniserie estadounidense de 8 capítulos (Hulu, 2021) basada en el libro de Beth Macy. Narra cómo la farmacéutica Purdue Pharma, propiedad de la familia Sackler, impulsó agresivamente el analgésico OxyContin en los años 90, ocultando su altísimo poder adictivo y desencadenando la crisis de opioides en Estados Unidos.

El crimen ferpecto

El final de El Crimen Ferpecto no es épico ni liberador. Rafael no gana nada: queda atrapado en la grisura, convertido en un prisionero más del disparate. Lourdes, en cambio, triunfa. Pero su victoria es grotesca, una caricatura de éxito confirmando que, en un mundo frívolo, la estupidez bien vestida puede imponerse como verdad.

Aquí la pregunta que nos toca: ¿quién ganó en este otro crimen ferpecto que hemos vivido? ¿Ganaron ellos, que lograron que millones se vacunaran a ciegas, sin importar efectos secundarios ni estudios, siguiendo la voz del rebaño? ¿O ganamos nosotros, los que decidimos no hacerlo y encontramos maneras de burlar sus retenes? Lo cierto es que tampoco hay victoria en la resistencia: los perversos movieron muchas piezas para impulsar un solo movimiento, el tablero entero quedó contaminado. Dieron voz y voto a los nuevos Lourdes del mundo, así, un día amanecimos con 300 géneros, humanos transespecie, profesores expulsados de sus trabajos por cuestionar maullidos y ladridos en las aulas. La parodia se volvió política oficial.

El mayor enemigo de este planeta no es el CO₂ ni las vacas: es el ser humano. Lo más irónico, al tiempo que nos entretienen con profetas de chequera y falsos gurús de laboratorio, la naturaleza sigue ofreciendo respuestas que nadie quiere escuchar. El sol que busca mi perro en las primeras horas de la mañana al estirarse en el corredor, la sabiduría de un girasol que sigue a ese mismo sol, ahora tan demonizado, que no negocia con Davos, la selva que aún resiste aunque quieran verla arder eternamente, en fin…

La pregunta final queda abierta, si tomamos el ejemplo de la película: ¿quién cometió el verdadero crimen ferpecto, ellos con sus trampas, o todos nosotros al permitir este teatro?

Dr. Lazer – Entre látigos y butacas, lo mío es anatomía del alma.

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